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Yo con mil reales seré más rico siempre que con mil duros; porque gastarlos. Calderón gruñó algunas protestas y siguió trabajando. El duque, sin quitarse el sombrero, dejóse caer en la única butaca que allí había forrada de badana blanca, o que debió de ser blanca.

Puso sobre ella las manos. El corazón le golpeaba en el pecho fuertemente. Dejose caer de bruces, y con mucha delicadeza para no deshacer la ropa se subió a ella y se extendió, apoyando la cabeza en las almohadas.

Subiendo por la costa tajada y por el ya obscuro jardín, dejóse oir un primer chillido siniestro, estridente, de ave nocturna. Pero la pajarera de refugio estaba perfectamente cerrada, durmiendo los pajaritos la cabeza bajo el ala. No obstante, quiso asegurarse por misma la señora y vió que no había peligro. Entonces, escapóse un suspiro de lo hondo de su pecho y abrazó fuertemente á su hijo.

Cuando se vio en la calle sintió la necesidad de desahogar su pecho. Pensó en María Josefa, que vivía allí cerca y que profesaba a la niña expósita tierno cariño. Entró en su casa agitada, trémula, y antes de pronunciar palabra dejose caer en un sofá, dándose aire con la punta de la mantilla. ¡Uf!

Sin saber cómo, dejose ir la dama al impulso de una espontaneidad violenta que en su espíritu bullía, y contó a su amigo el incidente de la bata, sorprendida por el esposo en un momento en que se alzó la venda... «¡Pobrecito!, no le gusta ver en cosas que le parecen de un lujo excesivo... y quizás tenga razón...». De aquí pasó la Pipaón a consideraciones generales.

También ella salió, pero no podía andar; los pies le pesaban como si fuesen de plomo. Dejose caer sobre uno de los bancos del pórtico y allí aguardó un rato. Estaba ya obscureciendo. Levantose al fin y con paso vacilante se dirigió por la única calle del pueblo hasta la casa que le habían designado. La tienda estaba iluminada por una menguada lámpara de petróleo.

Aquellas frases iban poco a poco resolviéndose en palabras sueltas, después en monosílabos; oíase un bostezo, otro, y al fin todo quedaba en plácido silencio, después de extinguida la luz, a cuyo resplandor había enriquecido sus conocimientos el capataz de mulas. Una noche, después que todo calló, dejose oír ruido de cestas en la cocina.

Beatriz dejose apenas lavar. El frío del agua la hacía golpear en el suelo con el chapín. La criada la pasaba, entonces, sobre la garganta y los hombros, a modo de un céfiro, el paño humedecido. En cambio, ella aceptaba con delicia los perfumes. ¿Para qué más? ¿Acaso el ámbar, el agua de ángel, la algalia, no dejaban el cuerpo oloroso cual mazo de flores?

Poco a poco y a influjo sin duda de las ideas que la embargaron, su rostro perdió la expresión habitual y fue adquiriendo otra dolorida y humilde como la de una Magdalena. En aquel momento los acordes del piano subieron vibrando por la obscura escalera, señalando los primeros compases de un insinuante rigodón. Dejose caer de rodillas y dobló la cabeza. Al poco tiempo sollozaba.

Así doña Lupe tendría compasión de él. Dejose caer en un sillón y se comprimió la frente. «Pues se trata de una mala noticia aseveró la viuda de Jáuregui , quiero decir, mala, precisamente mala no... aunque tampoco es buena». Rubín, sin comprender a qué podía referirse su tía, barruntó que nada tenía que ver aquello con sus amores clandestinos, y respiró.