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Y al instante, rápidamente también y con cierta ansiedad feroz, puso la palma de la mano sobre él y lo hizo desaparecer. Quedó limpio el cristal. La Peña Mayor, bañada ya por la luz del sol, dejóse ver risueña y serena como nunca. Hizo llamar á sus hijos, y pasó más de una hora jugando con ellos como una niña.

También capote y calzones Y un bonete colorado, Capote y calza á montones... Los trompeteros, porque á veces servían de heraldos, se vestían con más delicadeza; calzas rojas, justillo con mangas perdidas y el escudo de armas reales bordado sobre el pecho, gorra de paño. Oviedo refirió, que sentido el Almirante de las pesquisas de Aguado, vistióse de pardo como fraile e dejóse crescer la barba.

Sentose, o por mejor decir dejose caer sobre una silla, pidió un vaso de agua con azahar al mozo y, respirando trabajosamente, profirió roncamente: ¡Si supieran ustedes lo que me acaba de pasar! Eso es lo que todos querían: saber lo que le pasaba.

Dióle Currita cariñosamente en el hombro con el abanico, murmurando: C'est drôle; saludó con una monísima cabezadita al amplio círculo de sus ilustres amigas y dejóse llevar suavemente por la Butrón al lado opuesto, sentándose, al fin, junto a la duquesa de Bara y las dos ministras.

La voz no quiso salir de su garganta; temía echarse á llorar como un niño. Salió á trabajar, pero en vez de hacerlo dejóse caer bajo un árbol, y así se estuvo toda la mañana inmóvil, con los ojos extáticos. Un deseo punzante le acometió, el de ver por última vez á Demetria y despedirse. Quizá no se hubiese marchado aún.

Dejose caer en un sillón y se inclinó de un lado con muestras de intensísimo dolor. Acudió a él su amante esposa, muy asustada de verle así y de oír los ayes lastimeros que de sus labios se escapaban, junto con una expresión fea que se perdona fácilmente a los hombres que padecen. «¿Qué tienes, nenito?». El Delfín se oprimía con la mano el costado izquierdo.

Dejóse el afligido casero caer en una silla, y quitándose el hongo se pasó la mano por la amarilla frente y la calva sebosa, diciendo tan sólo entre suspiros: «¡No es de cal y canto, puñales, no es de cal y canto

Cuando el viajero hubo mirado largamente el lindo paisaje, que ya se perdía en lontananza, dejose caer, como hombre fatigado, en la esquina, y sus brazos exhaustos pendieron a ambos lados de su cuerpo, mientras se le escapaba del pecho leve suspiro, que más que a pesares sonaba a cansancio.

Atónito el ministro retrocedió bruscamente en la butaca, soltando una palabrota: mas Currita, sin ofenderse por ella, ni asombrarse tampoco, dejóse caer de nuevo en su almohada como si tal cosa, diciendo con su cándida risita: ¡Vamos, vamos, Martínez!... Preciso será que se ponga usted dos parches de patata... ¡Eso refresca mucho!...