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Actualizado: 23 de julio de 2025
Obdulia, en cuanto entraron los otros, le olvidó por completo. ¡Antes había olvidado a don Saturnino, que yacía en «el lecho del dolor» con sendos parches de sebo en las sienes, entregado al placer de rumiar los dulces recuerdos de aquella tarde arqueológica!
Doña Paula se había arrancado los parches, las trenzas espesas de su pelo blanco cayeron sobre los hombros y la espalda; los ojos apagados casi siempre, echaban fuego ahora, y aquella mujer cortada a hachazos parecía una estatua rústica de la Elocuencia prudente y cargada de experiencia. La tempestad se había deshecho en lluvia de palabras y consejos.
Después solía tomar una almohadilla con algo de costura, y a cada instante volvía la cabeza hacia la otra tienda para decir: «Rumalda, sube y tráeme el dedal...». Más tarde: «Rumalda, la seda negra que está en mi costurero...». En la buñolería, que a eso de las diez apagó sus fuegos, estaba la de los parches al frente de sus menguados despachillos de escarola, perejil y lechugas.
Ella no lo había oído, hombre. Y acarició a la criada con los ojos. Nuevo silencio. De Pas hubiera preferido una discusión inmediatamente. Todo, antes que los parches y el silencio. Estaba sintiendo náuseas y no se atrevía a pedir una taza de té. Se moría de sed, pero temía beber agua. Doña Paula hablaba con Teresa más que de costumbre y con una amabilidad que usaba muy pocas veces.
Como no podían ver gota con aquellos parches, sorprendiólas un día la madre Petronila, que era un vinagre, y después de darles muchos coscorrones, las condenó á no comer ni jugar aquel día, ¡Qué horas pasaron las pobres!
Al lado de un fanal cuyos cristales enseñan el Cristo de Antípolo vestido de general, lucen sus contornos dos figuras de barro de China, sobre las cuales se apoyan bombones de caña, llenos de tabacos, bandejitas de cristal con fósforos y buyos; y si las figuras conservan las manos, un pico en el sombrero, ó cualquier punto saliente, se ven colgados rosarios, candelas, parches milagrosos y relicarios.
Ninguna mano celosa barriera las hojas secas que hacían natural y blanca alfombra, ni los parches de boñiga de vaca caídos a trechos como descomunales obleas negras.
Rataplán... rataplán, cantaban los parches; y el bohemio, en su contemplativa abstracción, creía entenderlos. Los tamborcillos le hablaban; como si adivinasen sus pensamientos, le decían burlonamente: «Va a durar... va a durar.» Y no mentían. Mientras redoblasen en este tono uniforme, mecánico, sin fiebre y sin locura, todo seguiría lo mismo.
No sabiendo qué hacer, quiso enseñar a Amparo cómo se fumaba, a lo cual ella se prestó con repugnancia, alegando que las cigarreras no fuman, que casualmente están «hartas de ver tabaco», y que este sólo era bueno para ponerse parches en las sienes cuando duele la cabeza.
Sonajas y parches alzarán en coro frente a los belenes pastoril canción, y sobre el establo, una estrella de oro marcará la senda de la adoración. Son trozos de espejo los azules lagos, algodón las nubes, lo demás cartón; cruzarán un puente los tres Reyes Magos y ordenará Herodes la degollación...
Palabra del Dia
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