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Actualizado: 17 de junio de 2025
Rataplán... rataplán, cantaban los parches; y el bohemio, en su contemplativa abstracción, creía entenderlos. Los tamborcillos le hablaban; como si adivinasen sus pensamientos, le decían burlonamente: «Va a durar... va a durar.» Y no mentían. Mientras redoblasen en este tono uniforme, mecánico, sin fiebre y sin locura, todo seguiría lo mismo.
Puestos en cuclillas escuchaban con atención religiosa el repiqueteo de los tamborcillos pendientes de las muñecas de sus jefes, instrumentos que servían á la vez para sus fiestas y para transmitir órdenes. La imagen de su esposa Guadalupe iba unida siempre á estos recuerdos de la guerra. Al principio la mujer mostraba cierto pavor; el silbido de las balas parecía irritar sus nervios.
Ellos eran miles de cascos brillando al sol; miles de gruesas botas levantándose con mecánica rigidez todas á un tiempo; las trompetas cortas, los pífanos, los tamborcillos planos, conmoviendo el augusto silencio de la piedra; la marcha guerrera de Lohengrin sonando en las avenidas desiertas ante las casas cerradas.
Palabra del Dia
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