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Y a eso iban entonces, aprovechando el primer sol que se veía después de una quincena de aguaceros y «celleriscas», y sobre todo ello se habló mucho en muy poco tiempo, quitándose unos a otros la palabra, mientras Lita, corriendo su silla hacia la mía que estaba alejada del brasero, me contaba, casi al oído, lo alarmados que estuvieron todos en su casa con las noticias que Neluco les iba dando de mi tío, al pasar por allí de vuelta de sus visitas, y el trabajo que le había costado a ella disimular la pena que acababa de sentir al encararse de pronto con don Celso. ¡Qué «mortalón» le veía, Virgen y Madre de Dios!

Vaya, quedaos con Dios decía doña Barbarita, levantándose de la silla a punto que aparecía el principal por la puerta de la trastienda, y saludaba con mil afectos a su parroquiana, quitándose la gorra de seda. Vamos pasando hijo... ¡Ay, que ladronicio el de esta casa!... No vuelvo a entrar más aquí... Abur, abur. Hasta mañana, señora.

Descuide usted, amigo, que ya la enmendaremos dijo María de la Paz Jesús. Bien se comprende esa desenvoltura ... las muchachas del día dijo Salomé quitándose los espejuelos, son todas así. Y ya ... como esa Clarita no tiene mala cara ... si ... una carilla así ... desvergonzada y graciosilla ... pues ... aquello no es hermosura.

Durante el trayecto hasta el North Fork, no cambiamos una sola palabra; la diligencia paró en el Hotel de la Paz. El juez, tomando la delantera, nos acompañó hasta la sala común y ocupamos gravemente nuestros puestos junto a la mesa. ¿Están llenas sus copas, señores? dijo solemnemente el juez quitándose su blanco sombrero. , señor. Entonces, a la salud de Magdalena. Que Dios la bendiga.

Todos se detienen un instante, saludan quitándose el sombrero, la reina hace sus graciosas reverencias, y asunto concluido. Ni un viva, ni una exclamacion: es un pueblo galante que saluda á la primera de sus damas y que conserva el respeto tradicional hácia los reyes; pero nada de entusiasmo.

Llegaron por fin a la calle de Zurita y se metieron en una herrería, grande, negra, el piso cubierto de carbón, toda llena de humo y de ruido. El dueño del establecimiento avanzó a recibir a la señora, con su mandil de cuero ennegrecido, la cara sudorosa y tiznada, y quitándose la porra, le dio sus excusas por no haber entregado los clavos bellotes.

Aquí hace Cide Hamete un paréntesis, y dice que por Mahoma que diera, por ver ir a los dos así asidos y trabados desde la puerta al lecho, la mejor almalafa de dos que tenía. Entróse, en fin, don Quijote en su lecho, y quedóse doña Rodríguez sentada en una silla, algo desviada de la cama, no quitándose los antojos ni la vela.

El hombre de la basquiña se acercó a paso lento y reposado y su faz académica se dilató con una sonrisa de plácida condescendencia. El amigo Núñez dijo quitándose el sombrero, que sin duda le molestaba, y acomodándose en una mecedora siempre tan galante, tan lisonjero.

Acercose a Magdalena, diole un beso en el cuello, sin que ella mostrase resistencia ni agrado, y quitándose guantes, gabán y sombrero, se sentó en una butaca colocada frente al tocador; de modo que pudiese ver a su amante por la espalda y al mismo tiempo contemplar su rostro reflejado en el espejo. Besitos dijo ella frunciendo el entrecejo besitos... y poca vergüenza.

Después visitaban los enfermos y hacían con ellos todos los oficios de caridad que haría una amorosa madre, quitándose de la boca la comida y el sustento que les tenía señalado la piedad de los españoles por remediar sus necesidades. Sufrían con increíble paciencia sus contínuas impertinencias y necedades, con la esperanza del bien que podían sacar de ellos.