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Cuando regresé a Madrid, con el rostro ennegrecido por el sol y las manos endurecidas por el remo, me puse a escribir Los muertos mandan, y eran tan frescas y al mismo tiempo tan recias mis observaciones, que produje la novela «de un solo tirón», sin el más leve desfallecimiento de mi memoria de novelista, en el transcurso de dos o tres meses.

Aquel hermoso rostro, sembrado de pequeñas manchas, producía el efecto de que estuviese desfigurada por la viruela. Un viejo chal, ennegrecido por los cuidados del tintorero y al que la intemperie había dado un color rojizo, dejaba caer tristemente sus tres puntas cuyos flecos rozaban ligeramente la nieve de la acera.

Entre los techos de la ciudad apenas aparecia mas que el estremo de algun roseton, uno que otro muro ennegrecido por los siglos y los árboles que dan frescura y sombra á algunos patios: ¡ah! repetimos con dolor: ¿nada de lo pasado guardará al fin esa Córdoba tan decantada por la historia y la poesía? La inquietud se apoderó nuevamente de nuestra alma; y recorrimos con afan la ciudad.

La bandera que guiaba al combatiente Despojada del sol resplandeciente, Y ennegrecido su divino azul; Desterrado el honor de su milicia, Derrumbado el altar de la justicia, Sus poetas sin patria ni laud.

No lejos de la majestuosa fábrica, cuyos monstruos de hierro han costado tanto; no lejos de esa magnífica residencia señorial, rodeada de hermosos árboles exóticos, importados con grandes gastos del Himalaya, del Japón y de California, pequeñitas casas de ladrillo, ennegrecido por la hulla, se alínean en medio de un espacio lleno de amontonamientos antiestéticos y de charcas de agua fétida.

Celosa andaba doña Guiomar, porque poco recatado Cervantes, atraído por aquellos dos opuestos polos entre los cuales se encontraba, y aunque más cerca de doña Guiomar, no muy distante de Margarita, había mirado más de una vez a esta con encendido ahínco, y hartas señales había dado Margarita, aunque sin pensarlo, del amor que por Cervantes se había encendido en su pecho; todo lo cual había nublado y ennegrecido los inquietos espíritus de doña Guiomar, y por esto, como se ha dicho, de duendes había hablado y había sacado la medalla, para que de ella, y por su propia voluntad, se apartase aquella su negra enemiga.

¡Es mentira! gritó la mujer . No tiene mas que diez y ocho... Tampoco diez y ocho... menos aún: sólo tiene diez y siete. Se volvía á otras mujeres que iban detrás de ella, para invocar su testimonio; tristes hembras, igualmente sucias, con el rostro ennegrecido y las ropas desgarradas, oliendo á incendio, á miseria, á cadáver. Todas asentían, agregando sus gritos á los de la madre.

Entró a la librería y, al mirar los volúmenes amontonados sobre el suelo y las gafas de asta marcando la página de un infolio, para continuar otro día la lectura; al ver, colgada de un clavo, la calza amarilla, donde el anciano guardaba los pinceles con que pintaba los rótulos; y más allá, hacia un rincón, el taburete para la pierna gotosa, ennegrecido por la grasa de los ungüentos, sintió en su espíritu una profunda tristeza.

Hacía calor donde estábamos sentados, porque el brillante sol italiano caía de plano sobre nosotros; por lo tanto, sin responderme, se levantó y nos invitó a entrar en su pequeña celda fresca, pieza cuadrada y desnuda, con piso de tabla, cuyo mobiliario se componía de una cama de madera, baja y anticuada, con un pedazo de una vieja colcha obscura por cobertor, un priedieu Renacimiento, de roble antiguo tallado, ennegrecido por el uso y el tiempo, una silla, una lámpara de colgar, y en la pared un gran crucifijo.

Quevedo había operado con su cruel tratamiento una reacción en el ánimo del joven; le había ennegrecido el recuerdo de Dorotea, le había hecho temblar por doña Clara.