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Mas esta soledad no era ya medrosa como la de las ruinas ó la de los cementerios: era plácida y augusta como la de los claustros.

Pasagero en el valle de la vida Clavó su tienda en medio del desierto, Y en busca de una linfa apetecida Cruzó animoso el arenal incierto. Y al percibir en su cabeza ardiente Del genio de la muerte helada brisa, En su rostro de luz resplandeciente Brilló inefable y plácida sonrisa.

Carmencita, en este momento mecía a su muñeca regaladamente, sentada en un taburete en el hueco profundo de una ventana. Llamaron a la puerta del salón, y al mismo tiempo anunciaron: El señorito Salvador. Que pase dijo don Manuel, y la niña, levantándose, corrió a recibir la visita con sonrisa plácida. Entró un joven mediano.

Aprovecharse, ¿eh? respondí rechinando los dientes . Me parece a que aquí hay muchos aprovechados que se van a encontrar con la horma de su zapato. No debió de entender lo que quería decir, porque siguió, con sonrisa plácida, preguntando lo mismo a todos.

Aún no había salido del primer encantamiento de su existencia plácida, ordenada y tranquila al lado de Feli. La muchacha se revelaba como una excelente ama de casa. Descendía por las mañanas a la plazuela con mantón y cesta; después, pasábase el día con los brazos arremangados, cocinando, sacudiendo el polvo, repasando la escasa ropa de Isidro. Nunca había ido éste tan pulcro.

En una noche plácida y tranquila... ¡Qué recuerdo, Leonor!

En el resto de la semana permanecían los gitanos en las Cambroneras sin hacer nada, esperando el regreso de sus hembras, pájaros vivarachos y parleros que traían en el pico el pan de la familia. Desayunábanse con una copa de aguardiente o un mendrugo, y aguantaban el hambre durante todo el día, en plácida vagancia.

Andrés caminaba hacia la rectoral, lentamente, con el sombrero en la mano para mejor refrescarse, gozando una vez más la poesía encerrada en aquel estrecho valle, el amable sosiego que reinaba en la campiña, la exquisita dulzura de aquella hora plácida y serena.

Por eso un teniente de caballería andaluz, al hacerle un favor y un disfavor en el juego de prendas, le había dicho recientemente: « Ez uzté mu bonita, pero ez uzté mu redondita». Y esto había servido para que los amigos de la casa la llamasen festivamente la redondita y la mareasen a la continua con el «ez uzté mu bonita, etcétera». La expresión del rostro continuaba siendo tan plácida, tan grave y dulce como antes.

Verá usted cómo llega el zonzo de mi hermano con la orden de que me vaya a dormir... Y tendré que obedecer a esa señora por no dar un escándalo. ¡Qué rabia! Ojeda pensó con cierta inquietud en las complicaciones y contrariedades que iban a alterar su plácida existencia por obra de esta mujer.