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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Sé tú mi redentora; disipa esas tinieblas que suelen nublar mi alma, y torna en plácida aurora las noches de mi espíritu. «Tienes razón: la vida es amable; debo amar la vida como un don del cielo; debo amarla para hacer el bien, y... ¡para amarte mucho, mucho, como tú mereces ser amada! «¿Me dices que las margaritas de los maizales te han dicho que te amo?
No le parecía ser el mismo. ¿No era algo por el estilo lo que creía sentir desde la tarde anterior? ¿No eran las mismas fibras las que vibraban entonces, allá en las orillas del Bernesga, y las que ahora se movían como una música plácida para el alma?». En los labios del Magistral asomó una sonrisa de amargura. «Aunque todo ello sea una ilusión, un sueño, ¿por qué no soñar?
Sin saber por qué, le había desanimado la mirada plácida, franca, tranquila de poco antes, y sin mayor fundamento, la de ahora, tímida, rápida, miedosa, le pareció una esperanza más, la sumisión de Ana, el triunfo. «No sería tanto, pero él se alegraba de verse animado. Sin fe en sí mismo no daría un paso. Y había que dar muchos y pronto».
En cuanto la niña comenzó a dar claras señales de que ya alboreaba en los limbos de su cabecita la luz de la inteligencia, su misma madre, trayendo a la memoria lo que casi tenía olvidado por desuso, o adquiriéndolo con prolijos afanes donde lo había, la enseñaba a rezar las primeras oraciones que balbuce la infancia en los crepúsculos del sueño, iluminada la mente candorosa con la visión plácida y celeste de la Virgen Purísima y del Ángel de la Guarda.
Durante un buen rato, permanecieron allí, sentados en plácida calma, mientras los picos carpinteros charlaban sobre sus cabezas y las voces de los niños jugando a escondite llegaban algo débiles desde la hondonada. Lo que hablaron, poco importa, y lo que pensaron, que podría ser interesante, no pudo traslucirse.
En estos parajes solitarios del río, cuando se lanza impetuosamente desde los gigantescos Apeninos hacia el mar, moran, tranquilos y contentos, sin que el ser humano perturbe su plácida existencia, el brillante martín pescador y la majestuosa garza, sintiéndose dueños absolutos de él.
De mi madre heredé plácida dulzura para la debilidad, sumisión respetuosa para todo acto de justicia, tendencia irresistible para compadecerme del ajeno dolor, y cierta delicadeza femenil que me ha causado muchas amarguras. Entregado a estas meditaciones pasé una hora.
¿Dónde? En su casa. Es largo de contar... dejémoslo para otra noche. Era sin duda cosa delicada para dicha delante de testigos, y estos eran: Olmedo con Feliciana, el pianista ciego, que en los descansos solía agregarse a aquella plácida tertulia, y una señora jamona, fiel parroquiana del café de nueve a doce.
»Entonces soñé, y mi ensueño fue tan delicioso, que me desquitó con creces de las terribles vigilias que acababa de pasar... Era una noche del mes de julio, plácida y serena, y a la luz de la luna, Magdalena y yo nos paseábamos en un país extraño, pero que a mí me era desconocido.
Doña Mercedes evitaba las visitas á la princesa. Su sencillez de buena creyente la hacía sentir miedo por las reinas que duran siglos y por aquellos salones obscuros con muebles viejos que parecían palpitar á impulsos de una vida misteriosa. Prefería la conversación plácida y saludable con los sacerdotes mantenidos por ella.
Palabra del Dia
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