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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Pero lo que no pude observar sin compadecerme fue el rostro de Enrique, que, pálido y sin poder apenas sostenerse, se apoyaba en la chimenea. La desesperación reflejábase en todas sus facciones, dejándome adivinar lo que pasaba en el alma de aquel desventurado joven. ¡Haberse herido por ella, por pasar un mes cerca de ella, y perder tanta ventura por un capricho!
Yo me he estremecido con una involuntaria alegría al pensar que me amaba lo bastante para compadecerme, y después he lamentado amargamente el haberla disgustado por un motivo tan poco fundado, porque yo mismo me vería bien embarazado si quisiera explicarme lo que ella llama mi dolor. ¡Creerás tú que ella ha supuesto que el amor... el amor! ¡miserables ilusiones de niño de las que yo tantas veces he reconocido la frivolidad!... ¡el amor! ¡Ah! sin duda, yo amo a las mujeres en sus brillantes armonías con la naturaleza, como una de las obras más encantadoras, como uno de los más seductores ornatos de la creación; las amo como a las flores, como amaría a criaturas animadas y pensantes que tuvieran, en el desarrollo de sus ideas y de sus sentimientos, la gracia y la delicadeza de las flores.
Entregué la esquela a Sarto, en quien no hizo mella la súplica lastimera de la dama, limitándose a decir: Suya es la culpa. ¿Quién la llevó al castillo? Sin embargo, no considerándome yo enteramente irresponsable de lo ocurrido, resolví compadecerme de Antonieta de Maubán.
De mi madre heredé plácida dulzura para la debilidad, sumisión respetuosa para todo acto de justicia, tendencia irresistible para compadecerme del ajeno dolor, y cierta delicadeza femenil que me ha causado muchas amarguras. Entregado a estas meditaciones pasé una hora.
Parecía compadecerme y justificarme; como si quisiera evitar mi odio; y yo, mientras tanto, trémulo, cohibido, con los ojos humedecidos por las lágrimas, he estado veinte veces tentado de arrojarme a sus rodillas o en sus brazos. 12 de septiembre.
Puedes compadecerme. Son dolores que tú no conoces. El primer año de soledad lo había vivido Alicia esperando las cartas que llegaban con intermitencias del frente de la guerra. Muy contadas alegrías. Jorge había venido á París una sola vez con permiso, pasando media semana junto á ella.
Sin embargo, reflexionando el ridículo de responder con una fanfarronada á aquella niña, me contuve y le respondí con gravedad: Permítame, señorita, compadecerla sinceramente. Me pareció muy sorprendida. ¿Compadecerme, señor? Sí, señorita, perdone que le exprese la piedad respetuosa, á que me parece tiene usted derecho.
Palabra del Dia
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