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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Ya sé que el árbol que de hermosas flores la Primavera plácida engalana, no las conserva en el ardiente Estío; que el sol marchita y borra sus colores, dando al tiempo tributo, y, tras la flor lozana, germina y crece el sazonado fruto.
Tal vez viviría años, tal vez moriría en una de estas crisis; lo importante era que llevase una existencia plácida, sin profundas emociones. Y las dos señoras, que conocían su verdadero estado, lo lamentaban cuando él no estaba presente. ¡Tan joven! ¡tan afectuoso y tímido!
El hombre de la basquiña se acercó a paso lento y reposado y su faz académica se dilató con una sonrisa de plácida condescendencia. El amigo Núñez dijo quitándose el sombrero, que sin duda le molestaba, y acomodándose en una mecedora siempre tan galante, tan lisonjero.
Reía con la alegría de una vejez sana y plácida; sus sesenta años, como ella afirmaba, estaban limpios de todo daño al semejante. Su lenguaje era algo irrespetuoso y libre, como de mujer que ha visto mucho y no cree en las majestades humanas ni en las virtudes inexpugnables.
¡Entonces!... ¿Cómo puedes permanecer así, plácida e indiferente?... ¿No tienes fe? ¡Oh! mamá querida... Asustada por la exaltación de su madre, Liette se esforzaba en vano por calmarla. En aquella pobre cabeza agotada sonaban todos los cascabeles de sus locas quimeras. La anciana divagaba con delicia y hablaba del matrimonio, de la ceremonia, de los trajes...
¿Qué ha sido esto, mujer? ¿Qué has hecho? ¡Pero es verdad...? ¿Qué te ha hecho?... porque de ti estoy seguro... Ante la sospecha, aún tan tibiamente formulada, se irguió ella sonriendo con plácida altivez. Pero ¿ha podido usted imaginar que yo hiciese algo feo? Venga usted, venga usted y lo sabrá todo.
Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con Antonia, la vieja madó Antonia de ahora, que era entonces una mujerona fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda la payesía.
Después de las tempestades y embates de la vida nos ha sido concedida una tranquilidad plácida y dichosa.
¿Quién de entre nosotros no tiene perdida en la memoria la sensación deliciosa de una noche de luna, cuando, con el espíritu tranquilo, bajo la plácida influencia de esas horas silenciosas, se sigue el rayo de luz entre los árboles, en los campos y en los cerros, poblándolo, como el haz luminoso sobre la cuna de Betlhem bajo el místico pincel de Dürer, de visiones tenues y flotantes, de sueños y recuerdos?... ¿Cuál es aquel que, impotente para crear, no ha pedido al arte un reflejo, en el verso o en el color, encontrándolo a veces en la música, de esos diálogos íntimos entre el alma y las escenas de la noche, bajo la blanca luz de la luna?
Miro cruzar por el aire Mil fantasmas vagarosas, Cual las sombras vaporosas Que en sueños vemos pasar, Y por la mente, alumbrada Con el reflejo del alma, Las miro en plácida calma Lijeras atravesar.
Palabra del Dia
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