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Se cercioró bien del número del palco y subió hasta colocarse detrás de la puertecita, y por un movimiento irreflexivo llamó con los nudillos de los dedos sobre ella. El mismo marquesito se levantó para abrir. Su semblante se dilató con una franca y cordial sonrisa. ¡Amigo Aldama, usted por aquí! Pase usted. ¡Cuántos deseos...! Pero la frase expiró en sus labios.

Acaba de subir a la cubierta, y ya van saliendo del fumadero sus adoradores... ¡Saludo a la pasajera más hermosa de todo el buque! Nélida dilató los frescos labios, contestando con su sonrisa felina a la genuflexión versallesca de Isidro. Luego pasó ante «el banco de los pingüinos» irguiendo su aventajada estatura, desafiando con su mirada cándida el enojo de las imponentes señoras.

A pesar de la tristeza de aquel semblante, los ojos sonreían, pero con la triste sonrisa de la resignación. Su mirada dilató mi alma, la hizo aspirar una pasión pura. Yo creo que fue compasión hacia aquella niña lo que me hizo sentir su mirada. Y a más de la compasión un no qué misterioso, que no era amor ni deseo porque ni deseo ni amor podía inspirarme aquella pobre criatura.

Una ligera palidez decoloró sus pupilas. Su pecho se dilató y su respiración se hizo penosa, mientras volvía a su cuarto. Pero aquella emoción parecía más bien signo de una fuerte voluntad que un acceso de temor. Dirigió una mirada suplicante al cielo y se sentó junto a la mesa. Allí tomó su labor y esperó con indiferencia afectada la llegada de Mathys.

La sentenciada dormía aún en su celda, ignorando lo que iba á ocurrir. Marcharon en fila por los corredores de la cárcel los encargados de despertarla, sombríos y tímidos, empujándose con su nerviosa precipitación. Se abrió una puerta. Bajo la luz reglamentaria estaba Freya en su lecho con los ojos cerrados. Al abrirlos y verse rodeada de hombres, su cara se dilató con un gesto de espanto.

Brillaron los ojos del alemán al ver el oro; una sonrisa beatífica dilató su boca casi de oreja á oreja. Ia dijo comprendiendo la mímica. Y le entregó sus comestibles tomando la moneda. Don Marcelo comenzó á tragar con avidez.

Atravesó como en un sueño Chartres, Nort, Burdeos, Bayona.... Empezó a respirar por fin el «aire internacional» de los Pirineos, y se dilató su pecho con un aliento profundo de esperanza. Llegando a España, recorrió con toda la rapidez posible la tierra que le llevaba a su valle norteño.

Señorita de Lavalle, hacedme el favor de someteros a mi autoridad. Escuchad proseguí con zalamería, os quiero con todo mi corazón, aun más; sois la única persona que quiero en el mundo. La faz del cura se dilató radiante. Pero detesto, execro a mi tía; mis ideas no cambiarán a ese respecto. Tengo mucho más talento que ella...

El hombre de la basquiña se acercó a paso lento y reposado y su faz académica se dilató con una sonrisa de plácida condescendencia. El amigo Núñez dijo quitándose el sombrero, que sin duda le molestaba, y acomodándose en una mecedora siempre tan galante, tan lisonjero.

Pero al llegar á la calle, se convenció de que nadie la espiaba, y recogiéndose las faldas, echó á correr con una ligereza juvenil. Su arrugado rostro se dilató, jadeando de fatiga; sus cabellos blancos se escaparon en desorden de la pañoleta de punto con que abrigaba su cabeza. Cuando llegó al cinematógrafo, salían de él los últimos grupos de espectadores.