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Su rostro, perfectamente esferoidal, descansaba sin más intermedio sobre el busto; y su pelo, negro aún por una condescendencia de los años, y partido en dos zonas sobre la frente, le tapaba entrambas orejas, recogiéndose atrás.

El poético canto de la alondra avisaba a Julieta y Romeo que era llegada la hora de la separación; mas como allí no había pájaros, el aire fresco de la madrugada fue quien impuso la separación a los amantes, recogiéndose ambos a sus cuartos al despuntar el día; y conste que, en obsequio al lector, el autor prescinde de describir la llegada de la aurora.

Lanzado mi tío, después de la muerte de su mujer, en una vida de desorden para sus años y para su seriedad, recogiéndose tarde, picado por la tarántula de las artistas de teatro y de las bailarinas de Colón, el buen viejo le había echado la capa al toro, como vulgarmente se dice.

PRATYAPATI. Porque Amor no fue libre. Como del sol brotan los rayos, como el agua mana de la fuente, así de Amor brotó y manó la vida. Sólo movido de compasión sublime, en virtud de un esfuerzo superior a lo humano y a lo divino, recogiéndose en con abstracción portentosa, logrará Amor recoger también en la vida y darle quietud eterna. GOPA. Veo que piensas como Sidarta.

Procuró serenarse recogiéndose hacia las orejas los rizos que se le habían deshecho y con voz que en sus dulces o enérgicas entonaciones reflejaba la índole de sus recuerdos e impresiones, dijo: ¡Tiene usted razón! ¡Pobre padre mío! ¡Qué hombre! ¿Se acuerda usted de la quiebra? ¿De la comida que hicimos el día de los pagos?

Y recogiéndose el abrigo subió de un salto al ribazo, saludándole por última vez con el pañuelo. Rafael remó río arriba hacia la ciudad. Aquel viaje a solas, cansado y luchando contra la corriente, fue lo peor de la noche. Cuando amarró su barca cerca del puente era ya de día.

Tantos años de servicios habían establecido cierto afecto entre las señoras y la brava bestia, que era considerada casi como de la familia. Doña Manuela, recogiéndose la cola de su bata teatral, bajó a la cuadra, no pasando de la puerta por miedo al caballo, que se revolcaba furioso.

Entonces, recogiéndose apenas la falda con ambas manos, y mirándose ella misma los pies, púsose a repicar sobre el tapiz oriental un loco chapineo, tan recogido que hubiese podido bailarlo en un plato. Ella cantaba: Pisaré yo el polvico tan a menudico, y los que estaban en la tarima contestaban a un tiempo, al son de las guitarras: Pisaré yo el polvó tan a menudó.

Pero al llegar á la calle, se convenció de que nadie la espiaba, y recogiéndose las faldas, echó á correr con una ligereza juvenil. Su arrugado rostro se dilató, jadeando de fatiga; sus cabellos blancos se escaparon en desorden de la pañoleta de punto con que abrigaba su cabeza. Cuando llegó al cinematógrafo, salían de él los últimos grupos de espectadores.

El pañuelo se le había desatado de la cabeza, y deshecho el peinado, sus espesas guedejas le caían sobre los hombros. «¡Qué marido este! pensaba, recogiéndose el cabello , ¡ni atar un pañuelo sabe!». Después creyó ver ojos, que en aquella profunda oscuridad la miraban. «Debo de estar soñando todavía. ¿Qué me miras ? ¿Qué dices? ¿Que estoy guapa? Ya lo creo. Más que tu mujer».