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Y recogiéndose el abrigo subió de un salto al ribazo, saludándole por última vez con el pañuelo. Rafael remó río arriba hacia la ciudad. Aquel viaje a solas, cansado y luchando contra la corriente, fue lo peor de la noche. Cuando amarró su barca cerca del puente era ya de día.

Despidióse, pues, el pobre hombre de aquel dichosísimo lugar, mas cuando empezaba á entrar por el primer camino, vió que le salía al encuentro la Reina del cielo, servida de gran multitud de santos, que despedía de su rostro tantos rayos y resplandores, que quedó pasmado de la belleza y atónito de la majestad de su semblante; y saludándole su Majestad á él en su lengua, con aire de enojada le preguntó qué llevaba colgado al cuello.

El conde apenas se había dignado dirigirles una mirada fría cuando levantaron las copas saludándole. Uno de los individuos, de traza plebeya, el más viejo, tañía la guitarra con singular maestría, mientras los demás charlaban de toros y toreros.

Terminaba su agonía con dos o tres hipos del surtidor, a cuyo orificio se asomaba el chorro, sin conseguir lanzarse fuera. No volvería ya el manantial a correr en diez horas lo menos. Disputaban frecuentemente Lucía y Pilar sobre la conclusión del fenómeno, como sobre su comienzo. Ya paró. Va a dormir. Buenas noches, caballero exclamaba Lucía saludándole con la mano. ¡No, mujer, quia!

Gracias, dijo sonriendo Tragomer, y no queriendo ofrecer dinero al digno sargento, sacó del bolsillo una petaca de paja de Manila y la presentó al jefe del puesto. Hágame el favor de aceptar un cigarro. ¡Con mucho gusto!... ¡Cáspita! ¿Ha pasado usted, al venir, por la Habana? Cristián vació la petaca en las manos del soldado y, saludándole, siguió al guía que le esperaba.

»En aquel instante abriose la puerta y apareció Teobaldo. Mi esposo lanzó un grito de sorpresa: »¡Es posible! ¡el antiguo capellán del duque de Arcos! ¡El que el año pasado todavía era nuestro capellán! ¡verle en los altos puestos de la Iglesia! »En seguida, el Conde se acercó a él, y saludándole con respeto le dijo: »¿Parece, señor Teobaldo, que ha hecho usted una brillante carrera?

Sobre los miles de cabezas empezó á subir y bajar una nube de gorras echadas en alto. ¡Excelente y simpático pueblo! dijo Gillespie, saludándole con una mano. Y mientras una nueva ovación acogía estas palabras, ruidosas como un trueno é incomprensibles para el público, el gigante fué á sentarse en su escabel.

El cocotero, sembrado desde el tiempo de la colonia, seguía vegetando; pero el vapor, hijo de la república é instrumento de la libertad, venia á envolverlo entre sus cortinas de humo, saludándole con los silbidos de la locomotiva. La noche ofreció una escena admirable, como para aumentar los incidentes del contraste. En el vapor Bogotá nos habíamos reunido personas de paises muy distintos.

Tal vez le vigilaban discretamente y no le perdían de vista hasta convencerse de su completa inocencia. Pero esta vigilancia que él presentía nunca se hizo sentir ni le acarreó molestia alguna. En el tercer viaje á Salónica, el capitán de navío le vió una vez de lejos, saludándole con su grave sonrisa. Y no supo más del espía.

Cuando vi el orgullo con que enarbolaron su pabellón, saludándole con vivas aclamaciones; cuando advertí el gozo y la satisfacción que les causaba haber apresado el más grande y glorioso barco que hasta entonces surcó los mares, pensé que también ellos tendrían su patria querida, que ésta les habría confiado la defensa de su honor; me pareció que en aquella tierra, para misteriosa, que se llamaba Inglaterra, habían de existir, como en España, muchas gentes honradas, un rey paternal, y las madres, las hijas, las esposas, las hermanas de tan valientes marinos, los cuales, esperando con ansiedad su vuelta, rogarían a Dios que les concediera la victoria.