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Dentro, impenetrables misterios, medrosas tinieblas, luto y espanto; fuera, límpidos horizontes, aires purísimos, melancólicas armonías, luz, perfumes, espacios sin fin y caricias eternas de una mar bravía que viene sumisa y obediente á besar los pies del coloso, cual besan los blancos copos de las altas nubes su altanera cabeza. Dentro, la noche sin fin; fuera, el día sin crepúsculos.

Se engrosaba y retorcía como una serpiente negra y nudosa, haciendo estallar el mármol, y al fin su empuje aproximaba y juntaba a los dos amantes, haciendo que sus cadáveres, separados por los crepúsculos de los hombres, se consumiesen unidos en un abrazo eterno que proclamaba la majestad del amor, más fuerte que la vida... más fuerte que la muerte... Un grito infantil interrumpió a Mina.

Hacínense a la luz de los crepúsculos y excítelos el nervio de mis versos, como en un haz de contraídos músculos, esos sumandos de vigor dispersos: que antes que nuestra fuerza, que hoy se agosta, en mútuas desconfianzas se consuma, la patria necesita, a toda costa, fundar el porvenir sobre la suma de todos los esfuerzos.

En Villaverde, lo mismo que en Pluviosilla, esos crepúsculos de fuego son anuncio seguro de caluroso día; anuncia el «sur», el viento abrasador que caldea la atmósfera y calcina la tierra. Llegaban hasta las voces de los transeuntes que atravesaban la Alameda, o iban a lo largo del ancho camino carretero orillado de fresnos.

Aquí no hay crepúsculos, como tampoco hay juventud. El niño, pasa á ser viejo sin haber sido joven, y la niña se da cuenta que ha dejado de jugar, cuando es madre. Al árbol lo rinden los años, sin que su añoso tronco ó su ligera palma hayan visto arremolinarse al pié de su cuna, ni el melancólico sudario de su dorado otoño, ni los descarnados brazos de su prematura vejez.

En los crepúsculos de invierno, obscuros y muchas veces lluviosos, salvaba Roseta temblando más de la mitad del camino. Pero el trance más cruel, el obstáculo más temible, estaba casi al final, cerca ya de su barraca, y era la famosa taberna de Copa. Allí estaba la cueva de la fiera. Era este trozo de camino el más concurrido é iluminado.

En cuanto la niña comenzó a dar claras señales de que ya alboreaba en los limbos de su cabecita la luz de la inteligencia, su misma madre, trayendo a la memoria lo que casi tenía olvidado por desuso, o adquiriéndolo con prolijos afanes donde lo había, la enseñaba a rezar las primeras oraciones que balbuce la infancia en los crepúsculos del sueño, iluminada la mente candorosa con la visión plácida y celeste de la Virgen Purísima y del Ángel de la Guarda.

Este paseo iba recordando a Francisco sus desvanecidos ensueños de ternura y toda sus ilusiones muertas... Tenía para él la melancolía de los crepúsculos de otoño, y también el tibio perfume de un ramo de violetas medio mustias.

Cuanta melancolía lleva al alma uno de esos breves crepúsculos en que el astro del día desciende oculto tras los inmensos pliegues de brumas, que forma el insondable manto de los cielos. ¡Qué momentos tan llenos de sentimiento los que se mezclan con los pausados ecos de la oración de la tarde!

Observé, no obstante... ya saben ustedes que soy observador; es la única cualidad que tengo; la observación, a la cual no dan importancia los autores ahora; hoy todo es hojarasca en los dramas, muchos rayos de luna, que se quiebran al pasar por el follaje de los árboles, mucha descripción de alboradas y crepúsculos, muchos símiles retorcidos... ¡Todo eso es!... Cuando algún autorcillo me viene con tales monadas yo le digo: ¡al grano, al grano!... El grano es el drama, que no existe en la mayor parte de los idem...