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En los crepúsculos de invierno, obscuros y muchas veces lluviosos, salvaba Roseta temblando más de la mitad del camino. Pero el trance más cruel, el obstáculo más temible, estaba casi al final, cerca ya de su barraca, y era la famosa taberna de Copa. Allí estaba la cueva de la fiera. Era este trozo de camino el más concurrido é iluminado.

Ahora se veía á los pies de una duquesa diciéndole con voz temblorosa frases apasionadas y candentes que ella escuchaba arrobada y suspensa; ahora se encontraba batiéndose á espada con un joven coronel en mitad de un bosque, con dos amigos vestidos de negro al lado; ahora asistía á la caza de un jabalí cabalgando á la par de una hermosa y egregia dama, á quien salvaba la vida por un acto de valor heroico; ahora, en fin, resolvía suicidarse escribiendo antes una larga carta de despedida cuajada de frases elocuentes y tildes psicológicas, nada claras para el que no estuviese iniciado en el lenguaje cortesano, á la señora de su mejor amigo, de quien había tenido la desgracia de enamorarse perdidamente.

Su tía había sido muy amable ahorrándole las preguntas ociosas y explicaciones inútiles sobre su cambio de parecer, justificado por el amable paso de aquellas señoras y por la doble invitación que salvaba las inconveniencias. Ante aquella muestra de deferencia para su madre adoptiva, no podía ya Carlos ser más realista que el rey ni había ninguna razón para hacer el salvaje.

Admirábalo Jaime como a un precursor que le salvaba de sus dudas. ¿Qué tenía de extraño que él se uniese a una chueta, igual a las otras mujeres en costumbres, creencias y educación, si el más famoso de los Febrer, en una época de intolerancia, había vivido, fuera de toda ley, con hembras infieles?... Pero los prejuicios de familia despertaban en Jaime como un remordimiento, haciéndole recordar una cláusula del testamento del comendador.

De este general desprecio se salvaba, no obstante, su marido, su padre y hermanos, exceptuando Enrique, y todos los usos y costumbres de la buena sociedad, de las cuales era, como su señor padre, fiel guardadora.

Algunos salvaban, pero la mayoría pasaban al segundo período, llamado «del silencioporque hablaban muy poco: todavía en este grado, salvaba uno que otro. Pero si desgraciadamente entraban en el período de los «gruñidosentonces era cosa perdida: al cabo de algún tiempo, venía la trasfiguración. Su señora hacía ya dos meses que estaba en el tercer grado.

En la casa del muerto, á donde habían acudido al día siguiente antiguos conocidos y amigos, se comentaba mucho un milagro. Decíase que en el momento mismo en que agonizaba, el alma de Capitan Tiago se había aparecido á las monjas, rodeada de brillante luz. Dios la salvaba, gracias á las numerosas misas que había mandado decir y á los piadosos legados.

Franqueadas las siempre pequeñas puertas de ingreso, que más bien llamaríamos postigos, y el zaguán de dimensiones proporcionadas con el resto de la vivienda, penetramos en el patio, constituido por galerías altas y bajas con arcos inscritos en sendo arrabaes, bien de ojiva tumida ó de medio punto peraltados, que volteaban, ora sobre pilares de ladrillo agramilado ó de planta exagonal ú octogonal ora sobre fustes de mármoles de distintos diámetros, y á veces, hasta de desigual altura; diferencia que se salvaba, enterrando los fustes hasta dejarlos al nivel del piso, pues, importaba poco á los constructores que tuviesen ó no basas, así como que los capiteles correspondiesen á un mismo orden ó estilo, porque aprovechaban todo material que se les ofrecía sin el menor escrúpulo.

En los momentos de penuria le salvaba su amistad con una condesa vieja y legitimista que le invitaba a pasar algunos días en su castillo, presentando el seminarista belicoso a su tertulia de gentes graves y piadosas como si fuese un cruzado de regreso de Palestina. El deseo ferviente de Gabriel era ir a París. Su vida en Francia había cambiado radicalmente sus ideas.

En el centro, o hacia el centro, estaba lo que pudiera llamarse plaza, o sea un pedazo de tierra cercado a trozos por casas, a trozos por árboles, surcado por la acequia de un molino, que se salvaba por medio de un pontón de madera. Tal pedazo de tierra sin cultivar servía de desahogo al pueblo.