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Media hora después, Ferragut saltó á un muelle, sin que nadie se opusiera á su desembarco, como si la protección de su obeso compañero adormeciese todas las vigilancias. A pesar de esto, el buen señor mostraba un deseo ferviente de apartarse de él, de huir, atendiendo á sus propios asuntos.

De sus tiempos de miseria, cuando marchaba a pie por los caminos, al través de olivares y dehesas, guardaba el ferviente deseo de poseer leguas y leguas de terreno que fuesen suyas, que estuvieran cerradas con vallas de punzante alambre al paso de los demás hombres. Su apoderado conocía estos deseos.

Alvaro Cubillo hubo de tener un carácter sensible, casi femenino, opuesto á la representación de pasiones enérgicas, pero conocedor de las más dulces del alma, especialmente de la de la mujer, y aficionado, por su propensión natural, á lo tierno y agradable, á la pintura del amor ferviente y lleno de abnegación.

No que él fuese católico ferviente, ni le diese una higa por que se pusiera a los curas como hoja de perejil. Al contrario, toda la vida había profesado ideas bastante heterodoxas y había maldecido de los beatos. Mas ahora se mostraba escandalizado: «Al fin y al cabo, habíamos sido educados en el respeto de la religión, la cual es el único freno para el pueblo.

Le contaba mi abyecta fuga, bajo las piedras del populacho; el albergue cristiano que me dieron en la Misión, y mi ferviente deseo de partir del Imperio Celeste. Le pedía que remitiese a la mujer de Ti-Chin-Fú los millones depositados por en casa del mercader Tsing-Fó, en la avenida de Cha-Cona, al lado del arco triunfal de Tong, junto al templo de la diosa Kaonine.

Y este fué el timbre, el sello más glorioso que señaló tu espléndida carrera; rimaste el pensamiento vigoroso con la indomable voluntad austera. Aquí estás ya en lo eterno de la piedra, genio vindicador de nuestra raza. A tu columna, con amor de hiedra, nuestra ferviente admiración se abraza.

Stein, al llegar al Calvario, desahogó la aflicción que le oprimía, dirigiendo una ferviente oración al Señor del Socorro, cuyo benigno influjo se esparcía en toda aquella comarca como la luz en torno del astro que la dispensa. Rosa Mística estaba en su ventana cuando los viajeros atravesaron la plaza del pueblo.

El maestro alemán se dejaba adorar; recibía todas las caricias del entusiasmo y del amor con la distracción de un artista que, preocupado con los sonidos, acaba por odiar las palabras. Enseñaba su idioma a Leonora para que algún día pudiese cantar en Bayreuth, realizando su más ferviente deseo, y la infundía el pensamiento que había guiado al maestro al trazar sus principales protagonistas.

Oigo a Celestina murmurar algo sobre San José, y comprendo. Aquella mujer, ferviente del celibato, está ya al corriente de la historia de la oración de la abuela y protesta a su modo. ¡Dichoso país, donde las noticias se propagan con tal facilidad! Verdaderamente, nos sobra el teléfono. Esta tarde, en las vísperas, había poca gente, a pesar del atractivo de un predicador forastero.

Cabellera flotante, cual selva enmarañada, que exhala dulcemente aromas de querer; ensoñación, delirio del alma, enamorada de las carnes y besos de la amada mujer. Piés finos, diminutos, de rosáceos talones y senos que se exaltan con ferviente ansiedad; ánforas virginales con vino de ilusiones que emborracha las almas de voluptuosidad.