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Esta es la calle de Tacuarí: me faltan tres cuadras todavía, y sospecho que no podré llegar... voy como borracha, ¿qué dirá la gente? tomaré un coche... Dame fuerzas, Virgen santísima, para subir este Calvario... seguiré a pie, mejor, ya falta poco...

En tu calvario eras ayer el astro solitario que alumbraba los campos de batalla, la dulce aparición, rizo del cielo, que infundía a los mártires consuelo, valor al héroe y miedo a la canalla. ¿Quién no sintió huídas sus congojas repasando tu libro en cuyas hojas la popular execración estalla? Hermanando la mofa y el lamento, vibra, encarnado en su robusto acento, el silbo agudo de candente tralla.

La guarda de María, durante algunos días de la cuaresma y Semana Santa, acude en romería á una pintoresca montaña llamada el Calvario, en la que se alza una tosca cruz de madera. La ofrenda á María que hacen las dalaguitas al terminarse el último novenario del mes de Mayo, es digna de verse por todos conceptos.

Cuando, con las miras puestas en estos fines, vacilaba un poco, porque, al cabo, era tierra frágil y miserable, y desconfiaba de sus bríos y se vela a punto de tropezar y de caer, acudía al amparo de don Sabas; y allá, a la reja del confesonario, en los profundos de la iglesia, al romper los primeros albores del día, ella, después de besar el polvo de los suelos y de regarle con sus lágrimas, declarando sus pesadumbres y flaquezas, y él reprendiéndola y exhortándola con la sabiduría y la dulzura de un padre cariñoso a un hijo muy desdichado, hallaba siempre los perdidos alientos para continuar la subida de su Calvario con la carga de su cruz... Así estaban las cosas cuando yo había llegado a Tablanca.

Luego la narración de San Mateo: María Magdalena y la otra María camino del sepulcro, la piedra removida, las resplandecientes palabras del ángel anunciando la Resurrección. La imagen de aquel milagro de los milagros la conmovió profundamente. Un júbilo indecible la inundaba al imaginar a Jesús en su glorioso vuelo, después de las angustias del Calvario.

Un criado les hizo subir la amplia escalera de mármol, y en ella volvió a sorprenderse el torero viendo retablos con imágenes borrosas sobre un fondo dorado, vírgenes corpóreas que parecían labradas a hachazos, con los colores pálidos y el oro moribundo, arrancadas de viejos altares; tapices de un tono suave de hoja seca, orlados de flores y manzanas, unos representando escenas del Calvario, otros llenos de gachós peludos, con cuernos y pezuñas, a los que parecían torear varias señoritas ligeras de ropa.

porque supo de triunfos y derrotas, porque tuvo su cruz y su calvario; la sangre le ofrecieron los patriotas y el cerebro, ¡oh gran Apolinario! Era de hierro y de cristal tu mente; grandes ideas modeló su fragua; tuvo el vuelo del águila potente y la profunda claridad del agua. La vida concentró sus energías en tu cerebro luminoso y triste.

Entre tanto, en union de mi compañera, visité el interior espléndido de esto que no cómo denominar: si necrópolo ó templo, si protesta ó fe, si reliquia ó profanacion, si monte Calvario ó Roca Tarpeya.

Ni siquiera la de aquella pobre niña recién casada, a quien el porvenir reservaba sin duda tan crueles desilusiones. Liette no estaba allí. Hacía meses que estaba subiendo sin vacilar al doloroso Calvario confidente del amor fresco y puro de su linda discípula, de sus temores y de sus esperanzas, a ella era a quien Blanca pedía sin cesar apoyo y consejo.

Se le había ocurrido aquella tremenda traza de mortificación propia en la novena de los Dolores, oyendo el Stabat Mater de Rossini, figurándose con calenturienta fantasía la escena del Calvario, viendo a María a los pies de su hijo, dum pendebat filius, como decía la letra.