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Anda a jugar al patio decía la madre. Y el pequeño salía inmediatamente triste y resignado, como obedeciendo una orden penosa. Don Andrés era el único que le alegraba con sus cuentos y sus paseos por los huertos, cogiendo flores para él, fabricándole flautas de caña. El fue quien se encargó de acompañarle a la escuela y de hacerse lenguas de su afición al estudio.

Entonces Nolo le notició lo que había ocurrido dos días antes de su salida para Oviedo, el reconocimiento de Flora por hija del capitán y lo satisfechos que estaban todos los paisanos con aquella señorita criada entre ellos. Demetria dejó escapar también exclamaciones de alegría. ¡Ya lo creo que se alegraba! Estaba segura de que Flora, aunque rica y señorita, sería su buena amiga.

¡Válame Dios! -dando una gran voz, dijo a este instante el duque-. ¿Quién ha sido el que tanto mal ha hecho al mundo? ¿Quién ha quitado dél la belleza que le alegraba, el donaire que le entretenía y la honestidad que le acreditaba? ¿Quién? -respondió don Quijote-. ¿Quién puede ser sino algún maligno encantador de los muchos invidiosos que me persiguen?

Se trata de responder a una pregunta que me hiciste al principio. Querías saber por qué no me alegraba yo con la noticia que me diste, y ya lo sabes. No se trata de otra cosa.

Un domingo llamaron. «Señorita, ahí está un hombre con barbas largas, muy aseñorado... y tiene la voz así, como respetosa». Miró Fortunata por los agujeros de la chapa. Era Ballester. «Dile que pase». Se alegraba de verle para saber lo que ocurría en la familia, y para que le contara por qué demonios andaba suelto Maxi por esas calles. De tan gozoso, estaba turbado el bueno del farmacéutico.

No les puedo ocultar a ustedes, que aunque lo sentía por el arte, me alegraba de que Clotilde se casara: la mujer siempre necesita el amparo del hombre. Y lo cierto es, que eran dignos el uno del otro por la figura: Inocencio tenía una presencia muy simpática. En el teatro no se hablaba de otra cosa más que de este matrimonio en ciernes.

Podía visitarle cuando quisiera y darle noticias de su mujer: aquello le alegraba mucho; ahora comprendía por qué los hombres son malos. Desde entonces el cura le visitaba casi todas las tardes, para fumar unos cuantos cigarros, hablando de Enriqueta, y alguna vez salían juntos, paseando por las afueras de Madrid como antiguos amigos.

En efecto, el pequeño trozo de cerdo era un regalo de la excelente dueña de casa, la señorita Priscila Lammeter, a quien había ido a llevar aquella tarde una linda pieza de hilo, y era sólo en tales circunstancias que Marner se permitía comer carne asada. La cena era su comida favorita, porque coincidía con la hora deliciosa para él en que le alegraba su contemplado tesoro.

Debía decir adiós a las ilusiones y refugiarse en la fidelidad de sus recuerdos, lamentablemente olvidados durante el viaje. Este propósito de renunciación alegraba su conciencia, pero molestaba al mismo tiempo su orgullo de hombre, estableciendo en su interior una violenta dualidad. Le era muy dolorosa la indiferencia de las mujeres después de haberlas tenido a su merced, sumisas y adorantes.

Desgraciadamente, aunque Fortunata apenas se componía, la desproporción era siempre muy visible. Pero Maxi veía con gozo que su esposa se cuidaba poco de hacer resaltar su belleza, mirando con desdén las modas, y se alegraba por dos razones también: porque así se igualarían algo los dos consortes o harían más juego, y porque así la mirarían menos los extraños.