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Había cosecheros que usaban calañés y vivían en un casucho de las afueras como pobres, alumbrándose con un velón; pero al pagar una cuenta tiraban de un saco que tenían debajo de la mesilla de pino como si fuese un saco de patatas, y ¡eche usté onzas!

Además de este se firmó el preliminar de otro tratado para regularizar la guerra, en todo evento, conforme lo reclamaban la humanidad y la justicia. Toda vez que fueron terminados estos tratos, á instancias del jefe español Bolívar marchó á celebrar una entrevista con él, el dia 27, en el pueblo de Santa Ana. Morillo salió á su encuentro hasta las afueras y le tendió amistosamente los brazos.

Cuando llegaron a las afueras del pueblo, frente a una cruz antigua que se alza muy cerca de la iglesia, se detuvieron los tres, y Materne, en un tono más reposado, señalando a sus hijos el sendero que, entre brezos, rodea a Framont, les dijo: Vais a tomar esa vereda. Yo sigo el camino hasta Schirmeck. No iré muy de prisa, para que podáis llegar al mismo tiempo que yo.

En invierno, muchas veces me he acordado del infeliz, y le veía en las afueras de una estación, tal vez azotado por la lluvia y la nieve, esperando el tren que pasa como un torbellino, para asaltarlo con la serenidad del valiente que asalta una trinchera.

Las mas altas cimas de la cadena de Monte-Blanco, cuya cúpula no es posible ver desde Chamonix, brillaban ya iluminadas por los argentinos rayos del sol, en tanto que en el valle, á las cuatro y media de la mañana, vagaban todavía las últimas sombras de la noche. Donde quiera reinaba el movimiento: en las puertas de los hoteles, en las calles vecinas y en los afueras del pueblo.

, señor; he nacido aquí, y aquí me he criado... Mi padre tiene una fábrica de bujías esteáricas en las afueras, cerca de los Cuatro Caminos... acaso V. la haya visto... ¿no?... pues si V. va por allí algún día de paseo, no tiene V. más que preguntar por , y le dejarán pasar a verla.

Aresti recordaba una noche de luna clarísima, al retirarse á casa después de una cena con los contratistas, en las afueras de Gallarta. Oyó un canto lúgubre que rasgaba como un lamento la calma de la noche, y vió pasar á un hombre, vacilante sobre sus piernas, que parecía ebrio, llevando á cuestas á otro, envuelto en una sábana, con un brazo colgante que le golpeaba á cada paso.

En su sentir, la vida era un juego de azar y reconocía el tanto por ciento usual en favor del banquero. Una escolta de hombres armados acompañó a esa escoria social de Poker-Flat hasta las afueras del campamento.

El célebre «dañador» de las posesiones reales merecía por sus hazañas hasta el respeto de los cazadores de la Sierra, y eso que éstos miraban como rateros cobardes a los camaradas de las afueras de Madrid que vivían del huroneo en los bosques de El Pardo.

Guardaba los toros adquiridos por el empresario, unas veces en la dehesa de la Muñoza, otras, cuando el calor era excesivo, en las praderas de la sierra de Guadarrama. Los traía al encierro dos días antes de la corrida, a media noche, atravesando el arroyo Abroñigal, por las afueras de Madrid, con acompañamiento de jinetes y vaqueros.