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Hablaba como una carreterona, y tenía un toser perruno y una carraspera que tiraban para atrás. A veces pedía por el camino de Carabanchel, y de noche se quedaba a dormir en cualquier parador.

Por la escala gradual de calibres es de juzgar que á las carabelas, como naves menores, se destinarían las lombardas que tiraban dos ó tres libras de pelota de piedra y que así las llevaron las de Colón.

Sobre las mesas elevábanse pirámides multicolores de cucuruchos con sorpresas. Tiraban de sus extremos los comensales, produciéndose un estallido fulminante, y de las envolturas surgían menudos objetos de adorno, mariposas y flores de gasa, minúsculas banderas, gorros de papel.

Los turcos asaltaron de noche nuestras galeras: no pudieron llegar á ellas por el reparo que tenían en torno de árboles y antenas; y así se retiraron luego sin la jornada, porque les tiraban del fuerte y de las mismas galeras. Los turcos estaban muy confiados que las espías que traían en nuestro campo harían lo que les habían prometido. Fué de esta manera.

Eran aquellos soldados pertenecientes á una de las compañías de milicia que por entonces se formaban en nuestra ciudad, y en ella iba un sargento, mozo bravucón y perdonavidas, de aquellos echados para adelante y de los que, por cuestiones de poca monta, tiraban del acero y no se paraban nunca en las consecuencias de sus acaloramientos.

Los hombres tiraban de sus cucharas de cuerno, formando amplio círculo en torno de él. Eran tantos, que para no estorbarse se mantenían a gran distancia del lebrillo. Cada cucharada era un viaje. Debían avanzar, encorvarse sobre el barreño, que estaba en el suelo, coger la cucharada y retirarse a la fila para devorar las sopas, de una tibieza repugnante.

Cerca del amanecer, el cansancio le hizo dormirse, y despertó bien entrado el día. Su primera mirada fué para el camino. Lo vió lleno de hombres y de caballos que tiraban de objetos rodantes. Pero los hombres llevaban fusiles y formaban batallones, regimientos. Las bestias arrastraban piezas de artillería. Era un ejército... era la retirada.

Al otro lado del muro sonaba un zumbido ascendente igual al de la marea. Oyó gritos, le pareció que unas voces roncas y discordantes cantaban la Marsellesa. Las ametralladoras funcionaban con velocidad, como máquinas de coser. El ataque iba á quedar inmovilizado de nuevo por esta resistencia furiosa. Los alemanes, locos de rabia, tiraban y tiraban.

Todos tiraban: los vecinos que tenían un arma en su casa, los soldados de guardia, los militares ingleses y belgas de paso en París. Sabían que sus disparos eran inútiles, pero tiraban por el gusto de hostilizar al enemigo aunque sólo fuese con la intención, esperando que la casualidad, en uno de sus caprichos, realizase un milagro.

En vez de ayudarme, tiraban de la cuerda para estrangularme más pronto. Me veían devorada por la usura, y no eran para ofrecerme un préstamo en buenas condiciones. Ellos pudieron salvarme y me dejaron perecer.