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Después se vio rodeada por aquellas amigas de última hora, Marcela Peñarrubia, Enriqueta Atienza, Rosita León y sus respectivos amantes que la asistían y la mimaban con asiduidad conmovedora. Pero en cuanto pudo salir a la calle fue a casa de Visita resuelta a enterarse adónde había ido su marido y correr a pedirle perdón. En ver a Clara y Tristán no soñaba siquiera.

Si, en su negra ingratitud, no quiere seguir los consejos de su madre, tan llena de ternura que se inquieta sólo por él, que pasa las noches cavilando y atormentándose... Y se frotó los ojos con su delantal, como si hubieran estado llenos de lágrimas. ¡Pero Enriqueta! volvió a decir él. ¡Adalberto, no me contradigas!

¿Pero acaso no trabaja de la mañana a la noche en cuidar la casa de Roberto? ¿Se pasa un solo día sin que vaya a la granja? ¡No seas tan injusta con ella, Enriqueta! Ella le lanzó una mirada de compasión: Si no fueras tan niño, como lo has sido siempre, Adalberto, se podría conversar contigo.

Al alejarse Enriqueta de mi lado experimenté un triste vacío dentro de mi alma. A los pocos momentos se cerraba su camarote. Dormí aquella noche, pero no cual la anterior: soñé que Enriqueta y yo arrancábamos juntos las gramas de la tumba de su padre. Al amanecer del día 7 teníamos á la vista un extenso caserío.

Y al día siguiente emprendí el viaje de vuelta a mi casa. ¡Con cuánta alegría contemplé mi hermoso castillo de la Roche-Bernard, los seculares árboles de mi parque y el hermoso sol de mi país! En él me esperaban mis vasallos, mis hermanas, mi madre... y la felicidad, porque ocho días después celebrábase mi matrimonio con mi prima Enriqueta.

Entonces se fijó en la mujer inmóvil, que parecía esperarle con su esbelta rigidez y sus ojos de vaga mirada, como empañados por lágrimas. Era un artístico maniquí que guardaba cierta semejanza con Enriqueta. La servía para poder contemplar mejor aquellas novedades que continuamente recibía de París.

Siento no estar en Manila en esta ocasión, dije cuando concluyó Enriqueta de darme aquellos pormenores. ¿Y por qué lo siente V.? me replicó aquella. Lo siento porque quizás cuando V. vuelva á Manila encontrará secas y mustias las flores, mientras que si yo estuviese allí las hallaría cual las dejó.

, se va mañana... su trabajo lo ha fatigado mucho... los médicos le recomiendan un poco de distracción. No quisiera que se fuese dijo la niña , si lo permites voy a ayudar a Enriqueta para que no se le olvide nada. Yo misma voy dentro de un momento... anda, hija mía. Marcelita se fue corriendo. La señora de Aymaret se levantó para marcharse.

Podía visitarle cuando quisiera y darle noticias de su mujer: aquello le alegraba mucho; ahora comprendía por qué los hombres son malos. Desde entonces el cura le visitaba casi todas las tardes, para fumar unos cuantos cigarros, hablando de Enriqueta, y alguna vez salían juntos, paseando por las afueras de Madrid como antiguos amigos.

Que me casaré con mi prima Enriqueta, que conseguiré un matrimonio ventajoso para mis hermanas, y que todos viviremos tranquilos y felices en mis tierras de Bretaña.