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Actualizado: 22 de junio de 2025
¿Ha visto usted últimamente á doña Enriqueta? ¿Me pregunta usted por la Infanta? contestó el coronel gravemente . Sí; ayer la encontré en el atrio del Casino. ¡Pobre señora! ¡Si esto no es una lástima!... ¡Una hija de rey!... Me contó que sus hijos no tienen qué ponerse. Ella debe doscientos francos de cigarrillos en el bar de los salones privados. No encuentra quien le preste.
Yo sólo te quiero a ti... sólo quiero a mi marido. Perdóname... fue el lujo, el maldito lujo: necesitaba dinero, mucho dinero; pero amar... sólo a ti. Enriqueta lloraba mostrando su arrepentimiento, y aquel hombre lloraba también, débil y humilde ante el desprecio.
Por la tarde tuve ocasión de acercarme á Enriqueta de quien supe varios detalles de su vida.
Pero «quien no quiere escuchar debe padecer.» Si por arrogancia y por obstinación corre a su pérdida... Permite, Enriqueta... insinuó el señor Hellinger tímidamente. Yo nada permito, querido Adalberto replicó ella. ¡Quien no quiere escuchar, digo, debe padecer!
Después Enriqueta se quedó un instante ensimismada, y luego, de pronto, pasándose ambas manos por el rostro, acabó diciendo con la voz impregnada de amargura y cinismo: Gastó mucho conmigo... ¿Y qué? Ya se sabe: las que vivimos así somos las predestinadas para devolver a la circulación lo mal ganado.
Aquella era mestiza inglesa, su padre respetable comerciante escocés había heredado de sus mayores toda la rigidez de los principios puritanos, en cuya doctrina hacia dos años había bajado á la tumba, dejando á Enriqueta bajo la guarda de Matilde, casada hacia algún tiempo con un comerciante español quien á la sazón se encontraba en la provincia de Albay dedicado á su profesión.
Además, era muy bestia, no podía sostener una conversación, y con ella el dúo del amor casi se convertía en triste soliloquio. ¿Enriqueta? Lánguida, esbelta, pálida y ojerosa, parecía sentimental y romántica; pero al comer devoraba, bebía como un tudesco y amaba con estremecimientos de epilepsia: pecar con ella no era rendir grato tributo a la Naturaleza, sino hacer un favor. ¿Flora?
Se murmuraba, en la tertulia, de los ausentes, en presencia de Maltrana, cambiando el género de sus nombres, haciéndolos femeninos. «La Enriqueta cree tener talento, y es una fregona.» «La comedia de la Pepa no vale nada...» Por la noche iban todos ellos a lo que llamaban gran mundo, a las reuniones frecuentadas por sus familias o a los palcos de la gente aristocrática.
Lo presenté a cinco o seis jóvenes extremadamente ricas, se las traje en una bandeja, de modo que no tenía más que extender la mano. ¿Pero qué hizo? Supongo que todavía te acuerdas del ataque que tuve cuando, hace cuatro años, nos trajo a Marta, ¡a esa pobre y enfermiza criatura! Todos mis achaques vienen de allí. ¡Pero, Enriqueta!
El que la hubiese visto retozar locamente y correr de un lado á otro, ora ocultándose de Pepito, ora persiguiendo á Enriqueta, ora llevando entre sus brazos á Emilia para sustraerla á las caricias de sus hermanos, no imaginaría seguramente que pocos momentos antes derramaba copioso y amargo llanto.
Palabra del Dia
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