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No hay palabras con que expresar el conjunto de impresiones que experimentó Emilia viendo morir a su marido casi repentinamente, al año y medio escaso de perfecta dicha conyugal: la sorpresa, el miedo y el dolor invadieron su alma. En los primeros momentos creyó que se volvía loca: después, sacando fuerzas de flaqueza, mostró extraordinaria serenidad.

Desengáñese doña Emilia y persuádase que lo menos malo es que las cosas sigan como están, sin alteraciones ni mudanzas.

Después hablaron del ser humano con quien Isidora vivía, y acerca de él dijo Miquis cosas tan atroces como verdaderas, de que se escandalizaron mucho Emilia y su marido. «Nuestra pobre amiga dijo Augusto , llevada de su miserable destino, o si se quiere más claro, de su imperfectísima condición moral, ha descendido mucho, y no es eso lo peor, sino que ha de descender más todavía.

Sus ilusiones eran que Emilia se casase con un médico, de estos chicos listos que salen ahora, por cuya razón no veía con malos ojos las visitas de Miquis. En cuanto a Leonor, a quien su madre suponía dotada de un talento no común, le vendría bien un oficial de Estado Mayor, de Ingenieros, o cosa así.

Emilia, sintiendo tan cerca aquellos pasos de hombre impaciente, se turbó contrariada y confusa; pero de pronto se rehizo, mató de un soplo la luz, preparó sumas hechicera sonrisa y atrayendo hacia la puerta para que él no se enterase de lo que causaba su vergüenza, salió al encuentro de Julián, diciendo entre dientes y rapidísimamente a la doncella: ¡No tengo tiempo de elegir! ¡Guárdalas a escape... y di que me quedo con las siete!

En su pacífica y laboriosa vida, Emilia, mujer de buen fondo y excelente corazón, se había curado de aquellas tonterías de aparentar y suponerse persona encumbrada.

Iba casi todas las tardes al salir de la Bolsa para decirle el alza o baja de sus valores; otros días se plantaba a almorzar sin previo aviso; como tenía la costumbre de escribir las cartas donde le pillaba se ponía a escribir en la mesa del pobre Gabriel; y por último, sabiendo que Emilia no salía de noche y que jugaba al tresillo con varias amigas se presentaba dos o tres veces por semana pidiendo por amor de Dios un ratito de conversación y una taza de , y allí se estaba hasta que entre burlas y veras había que echarle.

Este juicio no excluía el agradecimiento que tenía a Juan José y a Emilia. ¡Insigne mérito y bondad había en ellos al admitirla, cuando, si la despreciaran, estaban en su derecho! Y véase aquí la eficaz influencia del medio ambiente.

En una palabra, era de esos que tienen cosas y salidas, a quienes se tolera cuanto les viene a los labios, porque en ellos no hay ofensa posible, pues su propia ligereza quita importancia y valor a cuanto dicen «Emilia, yo quiero ser el sucesor de Gabriel.» «Emilia, tenga Vd. paciencia.... pero hay que dejar pasar un año.» «Emilia, alguno ha de ser, y si él nos ve desde el otro mundo preferirá que sea yo.» «Emilia, un día va Vd. a tener que echarme de mala manera.» Y todo esto delante de sus amigas, sin rebozo, con inocente descaro, seguro de que poniéndose serio o dando la mejor señal de enojo había de caer sobre ella un ridículo espantoso. ¿Qué mujer discreta iba a contestarle en serio?

Ya ves, hijito decía para un mes antes de que el hecho fuera real , lo que ha pasado... No te lo quise decir para que no te disgustaras, porque al fin nuestra amiga es, y en casa se ha hecho este trabajo. Emilia le exigió el pago adelantado... Pura terquedad. ¡De repente, cañonazo!... Sobrino le pasó la cuenta.