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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Dispararías cuando fuera menester... No, no, siempre... Al que me hiciera algo, ¡zas!...». A esto llegaban cuando volvió la criada trayendo un plato con varios pedazos de turrón, de parte de la señorita Emilia y del señorito Miquis.
De repente, cuando más descuidada estaba la familia, dejó oír un rumor amenazante. Allí dentro iba a pasar algo tremendo. Pero tanta fanfarronería de ásperas ruedas se redujo a dar la hora. Sonaron once golpes de cencerro. Doña Laura se levantó y las niñas dejaron la costura. La criada tomó el dinero de la compra. Isidora desapareció, mientras Emilia guardaba la máquina.
En su casa, cuando trabajaba en el Camón sola o con Emilia, la Bringas solía rumiar las expansiones de la mañana, añadiéndoles conceptillos que no se atrevían a traspasar las fronteras del pensamiento.
Con preguntar al cocinero cómo se hacía tal o cual cosa, él te lo hubiera mandado hecho... Y vamos a ver: ¿Qué ruido de tijeretazos es ese que he sentido hoy todo el día?... Quisiera yo ver eso, y qué faenas trae aquí esa holgazana de Emilia... ¿De qué se trata, de vestidos para la marquesa?
Maura, citado por doña Emilia, sostenga que la revolución se impone, y que a no hacerla desde arriba, desde abajo habrá que hacerla? ¿No sería mejor que nos quedásemos quietos, procurando, no con dictadores, ni con revoluciones, ni con flamantes leyes y decretos, sino trabajando mucho y bien en las artes y oficios útiles, aumentar la riqueza de la nación, restaurando así sus bríos antiguos y la enérgica confianza en sus altos destinos?
Aunque comprendió que este había nacido en el bondadoso corazón de Emilia, siempre veía en él como un mensaje de lástima. Rechazó la fineza diciendo: «Que muchas gracias y que no queremos nada. Chica, chica, tú eres tonta gruñó Mariano con su rudeza propia, exacerbada hasta el salvajismo. Si no te callas, te pego.
JOAQUÍN. No he tenido el gusto de ver a su señoría. ISIDORA. ¡Cuánto he andado, cuánto he corrido hoy!... He vuelto a casa de Emilia para ver a Riquín. JOAQUÍN. Has hecho bien en dejarle allí. En ninguna parte estará mejor. Dios de mi vida, ¡qué angustia! Déjame, que yo iré arreglando las cosas. Por de pronto es preciso que salgas de aquí.
Al contrario, he dicho que tal vez serán tan buenas y tan excelentes, que cuanto escribimos, la misma doña Emilia, Pereda, Galdós, Jacinto Octavio Picón, Armando Palacio Valdés y otros varios, sin que yo me excluya, serán obrillas insubstanciales, epidérmicas y absolutamente desprovistas de enseñanza y de trascendencia.
Pasados tres meses desde que la Rufete salió de la cárcel, Emilia, dando noticia al médico de las observaciones que hacía en la persona de aquella, le decía una noche: «Desde la primera vez que vino en esta temporada hasta ahora ha variado tanto... Y parece que va descendiendo, que cada día baja un escaloncito.
Y después de elegir tan bien, tras el tiempo preciso para persuadirse de que había acertado, aquella enfermedad rápida, brutal, y aquella muerte que trastornaba por completo las condiciones de su vida. «Tu crees que no podrás olvidar le decían sus amigas, pero el tiempo todo lo acaba.» Emilia sonreía tristemente y no contestaba por no gastar palabra en balde.
Palabra del Dia
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