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Actualizado: 13 de octubre de 2025
«Ese pobre Miquis decía es un buen muchacho, pero tan ordinario... ¡Pobrecillo!, me da lástima de él; pero ¿qué puedo hacer? ¿Puedo hacer yo que las cosas sean de otra manera que como Dios las ha dispuesto?... Está que ni pintado para Emilia o para Leonor... Me alegraré mucho de que sea un hombre de provecho. Necesitará protección de las personas acomodadas, y en lo que de mí dependa...».
Y un día Emilia y Juan José Castaño vieron entrar en su casa a la gran Isidora elegantemente vestida de negro, con un lujo, con un señorío, con un empaque tal, que ambos esposos se quedaron perplejos, como quien ve visiones, y no acertaron a contestar a sus primeras preguntas.
Desde que fueron dichas por el sabio Miquis estas sentenciosas frases y otras que omitimos, Isidora estuvo muchos días sin presentarse en la casa de Emilia. Don José también se había eclipsado, por lo que estaban los de Castaño disgustadísimos y llenos de temor. Un día, por fin, entró Relimpio en casa de Miquis, y entre lloroso y turbado, le dijo: «Venga usted, venga usted, Sr.
«¿Ves? decía Emilia, riendo . Te manda que trabajes y me ayudes a coser en la máquina. Este Miquis es lo más salado... ¡Y qué razón tiene! Ocuparte en algo es lo que más te conviene. Cuando se pone la atención en cualquiera labor, no hay medio de pensar tonterías».
No falta en Galicia quien tome su mate por las tardes leyendo Caras y Caretas o El Mundo Argentino. Y a mí el separatismo político no me asusta; pero este separatismo práctico me parece una cosa muy seria. Las provincias están llenas con estatuas de grandes hombres, sin contar las grandes mujeres, como Concepción Arenal y doña Emilia Pardo Bazán.
Durante el camino no me atreví á despegar los labios. Ella también iba silenciosa. El conde y Pedro charlaban de las ocurrencias de la caza. Cuando llegamos á casa era ya noche. Lo primero que vimos en el portal fué á la monísima Emilia que extendió los bracitos hacia su madre gritando de alegría.
Mientras Emilia corría veloz al socorro de su padre, que parecía como a dos dedos de la muerte, Augusto hizo un rapidísimo reconocimiento de la habitación, buscando a Isidora. ¡No estaba! «¡Se ha ido, se ha ido!» exclamó poniéndose de rodillas junto al pobre viejo para prestarle algún auxilio.
Por otra parte, siendo como era incapaz de enamorarse, claro estaba que sólo había de concebir y fraguar ciertos planes contra una mujer más rica que él, y la fortuna de Emilia era muy inferior a la suya De lo cual sacaba en limpio incautamente que no pudiendo inspirarle pasión ni codicia, sus bromas, sus requiebros y atrevimientos eran pura palabrería.
Ni a una cosa ni a otra pudo atender la pobre Milagros... No tienes idea de las trapisondas... Ya te contaré. En fin, que he tenido que quedarme con los vestidos por menos de la tercera parte de su valor y me los he arreglado yo misma para no gastar... Es regalado, es una verdadera ganga... Emilia se ha empeñado en ello, y dice que le pague cuando yo quiera... Ya ves...
Emilia se contentaba con sonreír, le llamaba majadero, o decía: «¡Qué pesado se pone Vd.!» Sin embargo, cuando acabada la testamentaría siguió yendo a verla con la misma asiduidad, la viuda no cayó en la cuenta de que ya no estaba justificada tanta visita.
Palabra del Dia
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