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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Iba la madre a ver a su hijo, al noble, al precioso y cabezudo Riquín, que recogido y amparado en casa de Castaño durante los cinco meses de prisión, miraba a Emilia como madre y a los niños de aquella como sus hermanitos.
Aprovechándose de aquel movimiento del alma, desprendió su brazo de la mano de Isidora, y con toda energía le dijo: «Dios te ampare». Ya estaba distante cuando oyó esta voz sarcástica: «¡Farsante!». Aquella misma noche desapareció Isidora de la casa de sus buenos amigos, dejándoles un papelito que decía: «Emilia, Juan José, amigos queridos: no soy digna de vivir en vuestra casa.
Esto era lo que Relimpio sabía, y estos breves datos y sus conversaciones, no largas, con Tomás y Francisca, debieron de haber constituido su declaración; pero, llevado de un sentimiento de caballeresca protección a la desgracia, hizo las afirmaciones más conformes con su deseo y el de su ahijada. Sigamos ahora los pasos de Isidora, de cuyo paradero ni Emilia ni Juan José tenían noticia alguna.
Así trascurrían los meses y se acercaba el aniversario de la muerte del pobre Gabriel cuando las amigas íntimas de Emilia comenzaron a importunarla con avisos y advertencias que la sacaban de sus casillas.
Atribuyendo Emilia y Castaño la repentina tristeza de su amiga a que se veía apremiada por el procurador para abonar los crecidos gastos del pleito, la exploraron con habilidad; mas ninguna explicación categórica pudieron obtener de su taciturna melancolía.
Entre las dos costureras, una de hierro y otra de carne, hacían los pespuntes más preciosos, largos o menudos, según fuera menester. Además de esto, Emilia, a quien inspiraba sin duda el espíritu venturoso de Elías Howe, dominaba los mecanismos auxiliares para hacer dobladillos, enjaretar, marcar y coser bastillas.
Palabra del Dia
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