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Actualizado: 13 de octubre de 2025


Eran ambas agradables, y Emilia bastante bonita, de ese tipo fino, delicado y esbelto que tanto en Madrid abunda. Largos meses vivieron con un solo vestido bueno para las dos, un par de botinas comunes y una pelliza blanca de invierno, de lo que resulta que cada día le tocaba a una sola niña salir a paseo con D.ª Laura.

El joven, cada vez más cortado, extiende lentamente el brazo y, tomando por la mano á la niña, que la condesa tiene reclinada sobre el regazo, la atrae con suavidad hacia , la mete entre sus rodillas y, besándola, la dice muy quedo: ¿Cómo te llamas? Emilia. Es un nombre muy bonito. ¿Quieres mucho á tus hermanos? . ¿Y á tus papás? .

Muy afligida Emilia al ver la resolución de Isidora de llevarse a su hijo, no se atrevió a poner resistencia; pero Juan José, hablando con firmeza y tesón, dijo que no entregaría a Joaquinito, porque Isidora, con su mala conducta, perdía los derechos de madre, y que él estaba decidido a llevar la cuestión a los Tribunales, seguro de que el juez le autorizaría para retener al desgraciado niño en su poder.

La soledad de Isidora era cada vez mayor. Emilia y Castaño no la visitaban ya; Bou había roto con ella; Miquis iba muy rara vez. Sólo eran constantes D. José y la Sanguijuelera, que llevaba a Riquín. Joaquín Pez, cuyo trato en aquella soledad habría sido muy grato a Isidora, estaba en la Habana, desde donde le había escrito algunas cartas cariñosas.

Por último, los amigos de Emilia podían observar que Julián hablaba con ella, como con todas, siempre chanceando, siempre en broma, en son de burla, en continua hipérbole, en perpetua exageración, sin emplear jamás esas frases falsamente tímidas, de doble sentido y cobardemente astutas, ni esos discreteos más o menos hábiles en que el hombre funda la estrategia amorosa cuando procede con intención aviesa.

Remolón era el buen señor, y transcurrió otro mes sin que entrase por las puertas la ansiada libranza. Áspera y recelosa D.ª Laura, invitó a Isidora a trabajar con espaciosos argumentos. ¿No tenía manos? ¿No sabía coser? ¿No trabajaban como negras aquellas dos señoritas decentes, Emilia y Leonor? Isidora era hábil en la costura y en prepararla, pero no sabía manejar la máquina.

No poco me lisonjea que doña Emilia se emplee en esto; pero no quiero pasar porque me atribuya opiniones que no he emitido. Jamás he afirmado yo que las novelas de Zola, Daudet, Goncourt, Tolstoï, Ibsen, etcétera, sean malas.

En suma, Emilia había tomado un magnífico sitio en el anfiteatro de la vida, donde tantos están en pie o pésimamente sentados. Su marido era sencillo, bueno, cariñoso, sin más defecto que el querer hacer las cosas demasiado bien y pronto, por lo que siempre estaba en riña con sus oficiales.

Ya sabe el lector cómo Emilia de Relimpio se casó con su primo, el hijo del ortopédico, que llamaba cláusulas a las cápsulas; matrimonio degradante si se le mira desde la altura de las pretensiones de D.ª Laura; pero muy natural, proporcionado y acertadísimo, siempre que la interesada lo mirase al nivel de sus sentimientos y de su porvenir moral y práctico.

A la calamidad de quedar vencidos no quisieron los quirites añadir la calamidad de ser despóticamente gobernados. Dice doña Emilia, y tiene razón hasta cierto punto, que la libertad no es un fin, sino un medio; pero la dictadura, no hasta cierto punto, sino en absoluto, es siempre un medio y no un fin.

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