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Actualizado: 12 de septiembre de 2024


La gente sobria y humilde, habituada á los cultivos de escaso rendimiento de la montaña, admiraba los ternos nuevos y lustrosos de los contratistas, sus boinas flamantes, las gruesas cadenas de oro sobre el vientre y sus manos de antiguos obreros con dedos gruesos de uñas chatas, abrumados por enormes sortijas.

Y las señoras de Gallarta, las esposas de los contratistas, antiguas aldeanas que se aburrían en sus flamantes chalets construidos en las afueras del pueblo, sentían enfermedades nunca sospechadas en tiempos anteriores, sólo por el gusto de hablar con el doctor, que á más de su ciencia llevaba con él algo de la grandeza de Sánchez Morueta y de las altas clases de Bilbao hasta las cuales soñaban con llegar algún día.

Creemos haber hecho en el último capítulo el elogio del constante buen humor de Antoñita, y, una de dos; o han sido prematuras nuestras apreciaciones, o la llegada de los flamantes huéspedes turbó el estado de beatitud y calma de su espíritu, que repentinamente se tornó caprichoso y versátil.

Los sombreros, nuevos y flamantes unos, deformados e incoloros otros, con alas caídas y bordes de sierra, cubrían unos rostros en los que se mostraba toda la gradación del gesto humano, desde la indiferencia abobada y bestial, a la acometividad del que nace bien preparado para la lucha por la vida. Aquellos hombres recordaban lejanos parentescos animales.

Sus hijas se ocupaban a porfía en ponerle todo lo necesario a punto y en su sitio: la ropa acepillada; las camisas y los calzoncillos oliendo a frescura; las corbatas, hechas de vestidos viejos, tan flamantes como si saliesen de la guantería; las zapatillas en cuanto entraba en casa; el agua para lavarse los pies, los sábados; el cigarro al acostarse; el vaso de agua con limón a la madrugada, etc., etc.

Salió, en fin, Sancho, acompañado de mucha gente, vestido a lo letrado, y encima un gabán muy ancho de chamelote de aguas leonado, con una montera de lo mesmo, sobre un macho a la jineta, y detrás dél, por orden del duque, iba el rucio con jaeces y ornamentos jumentiles de seda y flamantes.

Recibió ella la descarga risueña y sosegadamente, sin un sonrojo, sin perder minuto de sueño, sin que el latir del corazón se le acelerase cuando Miranda, desahogado siempre, repicaba la campanilla o entraba haciendo ruido con las flamantes botas. Como ningún amoroso requiebro de Miranda vino a confirmar los dichos de las gentes, estaba Lucía descuidada y tranquila lo mismo que de costumbre.

La inmovilidad del buque los colocaba en una situación algo ridícula: ellas oprimidas en sus vestidos flamantes, con grandes sombreros, sin atreverse a tomar asiento por miedo a ajar las faldas; ellos con el bastón en la mano, sufriendo el tormento del cuello alto entre las demás gentes que conservaban los cómodos trajes de viaje. ¡A saber cuándo podrían desembarcar!... Todos se lamentaban con gestos teatrales de este contratiempo de última hora.

Ora excitado yo á dar mi parecer sobre flamantes producciones literarias, ora movido é inspirado por los tristes acontecimientos políticos de nuestros días, he escrito y esparcido, por revistas y periódicos diarios, lo que aquí va reunido.

Por último, habiendo llegado á Vegalora cierto ingeniero belga para dirigir el laboreo de unas minas de D. Baltasar, tomó algunas lecciones de francés y trabó conocimiento por su mediación con los más acreditados y flamantes novelistas de la nación vecina, Alfonso Karr, Julio Janin, Teófilo Gauthier, Octavio Feuillet y otros.

Palabra del Dia

jediael

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