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Por más que se diga, sus tintas chabacanas, pálidas, no retratan ni con mucho la suavidad, la dulzura, la emoción de las flores del mar. Si se emplearan los esmaltes, lo cual ensayó Palissy, el asunto saldría rudo y glacial: admirables en la reproducción de los reptiles, de las escamas de pescado, son demasiado lustrosos para imitar esas suaves y tiernas criaturas que hasta de cutis carecen.

Por ella, por Tónica, reñía con la planchadora, él, que era antes tan descuidado, deseando ostentar unos cuellos duros y lustrosos como el mármol; y con gran asombro de las hermanitas, se emancipaba de la dirección de la mamá, siempre tacaña con él, y se hacía un traje igual a los de su hermano Rafael. Todo iba bien: Juanito se encontraba más joven y fuerte.

La estancia que apareció a los ojos de Mario semejaba talmente una capilla. Había allí tanta estampa con marco dorado, tanto fanalito, tantas palmas y flores contrahechas, que sorprendía no oír el sonido del órgano y el rezo de los fieles. Las cortinas de damasco con una franja de galón dorado. Los muebles viejos y lustrosos por el uso.

Esteban dio órdenes a la vieja para que bajase a la ciudad en busca de leche, y cuando iba a sentarse al lado de su hermano, se abrió la puerta que daba al claustro, asomando por ella una cabeza de hombre joven. ¡Buenos días, tío! exclamó. Tenía un perfil achatado y perruno; los ojos eran de malicia, y peinaba lustrosos tufos pegados arriba de las orejas. Pasa perdido, pasa dijo el Vara de palo.

La muchedumbre sin armas, herida á mansalva desde aquella altura, rugía impotente, y en un arranque de desesperación, intentó arrojarse al asalto del templo, pero tropezó con un obstáculo que acababa de interponerse entre los dos bandos, una barrera azul y roja en la que brillaban cañones de fusil y correajes lustrosos.

Lo que allí se llama el «Real sitio do San Lorenzo» es en verdad un paraíso, un oásis encantador de verdura, corrientes bulliciosas, lustrosos rebaños y primores, en medio de una vastísima soledad de peñascos y lomas estériles.

Vi presentarse luego en la ventana abierta un enorme perro de Terranova, que puso sobre la barra de apoyo su hocico leonino entre sus dos velludas patas: un instante después apareció una joven de elevada estatura y seria fisonomía, cuyo rostro, un poco bronceado, estaba rodeado de una masa espesa de cabellos negros y lustrosos.

La gente sobria y humilde, habituada á los cultivos de escaso rendimiento de la montaña, admiraba los ternos nuevos y lustrosos de los contratistas, sus boinas flamantes, las gruesas cadenas de oro sobre el vientre y sus manos de antiguos obreros con dedos gruesos de uñas chatas, abrumados por enormes sortijas.

Con sus borceguíes lustrosos, una chaqueta vieja del amo arreglada chapuceramente, la cabeza siempre descubierta, con pelos agudos como clavos y las orejas llenas de sabañones en todo tiempo, era Melchorico el aprendiz más gallardo de cuantos asomaban la cabeza a las puertas para llamar a los compradores reacios.

Por la noche, hablando de los trabajos del día siguiente, solía decir á sus hijas en tono humilde, que asustaba por lo inusitado, afectando al mismo tiempo sonrisa campechana: «Si queréis ir á divertiros un poco mañana al prado de los Molinos, ya sabéis que principian á segarloLas niñas comprendían perfectamente, y al día siguiente de madrugada tomaban unos palos ligeros y lustrosos por el uso, y se pasaban el día esparciendo la hierba segada para que el sol la secase más pronto.