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Actualizado: 24 de junio de 2025


No le gustaba discutir y reía rara vez, pero su sonrisa estaba llena de una gracia afable que no carecía de grandeza. La alegría, convengo en ello, le hubiera sentado mal. Intentad representaros un don Quijote joven, vestido de frac. A primera vista no se distinguía más que por sus negros bigotes, puntiagudos, lustrosos.

La mirada era humilde y serena; estaba casi ciego, y la melancolía del indio parecía de tal manera característica a ese rostro, que se hubiera dicho que jamás una sonrisa había podido iluminarlo. Los cabellos del anciano eran negros, largos y lustrosos, a pesar de la edad; la frente elevada y pensativa; la nariz aguileña; la barba poquísima y la boca severa.

En el fiero ademan, en los lozanos Marciales aderezos y vistosos Bien os conozco, amigos, por Romanos; Romanos digo, fuertes y animosos; Mas en las blancas delicadas manos Y en las teces de rostros tan lustrosos Allá en Bretaña pareceis criados, Y de padres Flamencos engendrados.

Entonces interrogué a Sa-Tó; y su dedo respetuoso fué señalándome el Templo de los Antepasados, el Palacio de la Soberana Concordia, el pabellón de las Flores de las Letras, el kiosco de los Historiadores, brillando, entre los bosques sagrados que los cercan, con sus tejados lustrosos, azules, verdes, escarlata y de color de limón.

Corrió la gente a las cubiertas casi a medio vestir, y sus ojos, habituados al infinito azul, tropezaron rudamente con la visión de las tierras inmediatas, costas negras cubiertas hasta la cima de bosques lustrosos, de un verde tierno, como si acabase de lavarlos la lluvia. A ambos lados del buque alzábanse las montañas que guardan la entrada de la bahía de Río Janeiro.

Maltrana, molestado por el cinismo del pequeño, huyendo su mirada, que parecía insultarle, se fijó en otro muchacho que se aproximaba a ellos. Iba descalzo, sin otras ropas que un pantalón y una elástica, pero llevaba el pelo cuidadosamente peinado, con una raya en el centro y dos bandos luengos y lustrosos. Y , ¿por qué estás aquí? le preguntó Isidro.

Esta vez no me reí, sino que entré decididamente en la iglesia. Vi muchos santos pintados o de escultura, y, ¡cosa singular!, parecióme que todas las imágenes sonreían apaciblemente. La iglesia era modesta, blanca, obscura. En los lustrosos bancos se sentaban algunas señoras de edad.

Antes, tenía que correr á caballo para encontrar de tarde en tarde un animal cornudo y huesoso que iba al descubrimiento y la conquista de algún hierbajo aislado, á través de una soledad casi yerma. Ahora, los novillos gordos y lustrosos, con las patas dobladas bajo su carnal pesadumbre, rumiaban la suculenta alfalfa, mordida en torno á ellos, sin necesidad de moverse.

Los dignos brutos están todos enjaezados con hermosas libreas en sus magnificas é interminables cuadras, y parecen enorgullecerse al recibir las visitas de tantos extranjeros, ya pateando con garbosa satisfaccion, ya irguiendo sus lustrosos cuellos y sus abundantes y crespas colas, como cisnes terrestres.

Aquella mujer era de elevada estatura, perfectamente formada y esbelta. Sus cabellos eran abundantes y casi negros, y tan lustrosos que reverberaban los rayos del sol: su rostro, además de ser bello por la regularidad de sus facciones y la suavidad del color, tenía toda la fuerza de expresión que comunican cejas bien marcadas y ojos intensamente negros.

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