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Actualizado: 24 de junio de 2025


Subimos tres tramos; tres tramos muy lustrosos, muy limpios, muy decentes; pero muy largos. En fin, eran tres tramos para un hombre á quien los tramos matan, que habia subido en menos de una hora veinte y cuatro tramos, sin contar noventa y tres horas de encajonamiento en la diligencia y en el tren. Puedo asegurar que no cómo era la habitacion.

En toda esa sucesion, de planicies, valles y colinas ó pequeñas montañas, cuyo conjunto parece formar un inmenso jardin ó parque inglés, alternan en la mas graciosa armonía limpios arroyos saltadores, perdiéndose en medio de rocas hundidas entre abismos de verdura; espesos bosques de abetos, hayas y encinas, á veces de tan admirable regularidad natural, que parecen como decoraciones de ópera en un teatro sin límites; lustrosas praderitas sobre cuyas alfombras hacen contraste en algunos puntos los terraplenes y puentes de un ferrocarril; alegres cortijos que se muestran á la vera del camino, casi invadidos por las bóvedas umbrías de los bosques de abetos; en fin, numerosas casas rústicas trepadas sobre las lomas, en medio de hortalizas, árboles frutales, plantaciones de cereales y rebaños de ganados diversos, redondos y lustrosos como las lindas lomas en que pacen.

De pronto, oyose en la escalera sedoso crujir de vestidos. Ramiro se irguió. Cubierta de un velo obscuro, una mujer acababa de aparecer sobre la torre; su mano, enguantada, abatió con gracia el embozo. La pálida tez de Beatriz resplandeció entonces con blancura de mármol, y sus lustrosos cabellos, ceñidos por un aro de oro, tomaron en la noche azulenco pavón de armadura sombría.

Recibieron luego duchas de agua perfumada, se secaron con finísimas sábanas de lino y quedaron como nuevos de puro lustrosos. Todos parecían más guapos y más jóvenes que antes. Los coletos, los gregüescos, las calzas y demás ropilla exterior todo se había limpiado, quedando muy decente y desapareciendo las manchas sin el empleo de la bencina ni de otras sustancias apestosas.

En bateles del país, empavesados con vistosos gallardetes y flámulas multicolores, y defendidos de los ardores del sol por elegantes toldos, los convidados fueron a tierra, donde había para las damas dos soberbios palanquines llevados por robustos negros; para Morsamor y Tiburcio, hermosos caballos árabes ricamente enjaezados; y para el piloto, el comisionista y el fraile, sendos pollinos tordos y lustrosos, con primorosas albardas, de las que pendían caireles y flecos de seda y con las cabezadas y jáquimas de seda también, alegrando los oídos el sonar de los cascabeles de plata que había en los pretales, y alegrando la vista los relucientes y airosos penachos que descollaban muy por cima de las largas y puntiagudas orejas.

Los muebles eran viejos, macizos, lustrosos; en las alcobas camas enormes de madera sin pabellón; en las paredes colgados grandes cuadros al óleo renegridos y confusos. Reynoso, que así se nombraba el inventor de la emboscada descrita, contempló largo rato a su víctima que a su vez le miraba con expresión indefinible de temor, reconvención y tristeza dejando escapar débiles mayidos.

Hacía muchos años, muchos en los tiempos que el tío Tomba, un anciano casi ciego que guardaba el pobre rebaño de un carnicero de Alboraya, iba por el mundo, en la partida del Fraile, disparando trabucazos contra los franceses , estas tierras fueron de los religiosos de San Miguel de los Reyes, unos buenos señores, gordos, lustrosos, dicharacheros, que no mostraban gran prisa en el cobro de los arrendamientos, dándose por satisfechos con que por la tarde, al pasar por la barraca, les recibiera la abuela, que era entonces una real moza, obsequiándolos con hondas jícaras de chocolate y las primicias de los frutales.

Veía al pequeñín cuando lo colocaba su padre sobre la dura espina del animal, golpeando con sus piececitos los lustrosos flancos y gritando «¡arre! ¡arrecon infantil balbuceo.

Llevaban trajes de percal de vistosos colores, cortos y ceñidos al cuerpo, pañuelos de seda cubriendo las espaldas, y descubierta la cabeza, donde lucían abundantes y lustrosos cabellos negros, trenzados y atados luego formando un moño en figura de martillo, y por delante rizos sujetos con sendas horquillas, por acá llamados caracoles.

Después se coloca el quitasol debajo del brazo, y por la calle del Oouro, con saboreada pachorra, deteniéndose a contemplar a la señora de sedas más rizadas o la victoria de arreos más lustrosos, alarga sus pasos hasta la tabaquería de Sousa, en el Rocío, donde bebe una copa de agua de Canecas, y descansa hasta que la tarde refresca.

Palabra del Dia

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