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Actualizado: 1 de julio de 2025
Dos fustes y algunos pequeños bateles de Aga Mahamud me cerraron el paso y me impidieron saltar en tierra. No pude tampoco volver a la galera, porque se interpusieron persiguiéndome. De ellos venía huyendo cuando me habéis encontrado.
Llegando, pues, allí ya reformadas Sus barcas y bateles, con gran pio, Torn
Oída esta relación de Antonio Vaz, Morsamor le animó y le tomó por guía para que le llevase hacia donde estaban las dos fustas y los pequeños bateles que le habían perseguido.
Con priesa procuraba de ir de vuelo: Al Almiranta llega con quebranto, Que viene desmanchada y sin consuelo: Al puerto van, llamado Spiritu Santo; Con lanchas y bateles echa gente, Y él quédase en la mar acá de frente. Al tiempo del entrar, gran batería De los fuertes les dieron y flechazos: La gente indiana armaba gritería, Los nuestros, sin parar, arcabuzazos.
Espulsos de la tierra, fabricaron Las barcas y bateles que pudieron, Y
Vinieron siguiendo á los nuestros más de 600 infieles, hasta los bateles disparándoles una tempestad tan espesa de saetas, que parecía una manga de langostas, pero ninguna les hizo daño, porque hallaban resistencia en los cueros, que despedían las flechas; y aun siendo preciso que el P. Patiño estuviese por dos veces en la proa descubierto á los tiros, aunque por todas partes le caían las flechas, ninguna le tocó.
Algunos marineros de las Canarias la ven de muy cerca en sus navegaciones; los hay que llegan a amarrar sus bateles en los árboles de la orilla, entre restos de buques cubiertos de arena; pero siempre surge una tempestad inesperada, un temblor de tierra, y el mar los arroja lejos. Y pasan siglos y siglos sin que nadie ponga el pie en sus playas.
En bateles del país, empavesados con vistosos gallardetes y flámulas multicolores, y defendidos de los ardores del sol por elegantes toldos, los convidados fueron a tierra, donde había para las damas dos soberbios palanquines llevados por robustos negros; para Morsamor y Tiburcio, hermosos caballos árabes ricamente enjaezados; y para el piloto, el comisionista y el fraile, sendos pollinos tordos y lustrosos, con primorosas albardas, de las que pendían caireles y flecos de seda y con las cabezadas y jáquimas de seda también, alegrando los oídos el sonar de los cascabeles de plata que había en los pretales, y alegrando la vista los relucientes y airosos penachos que descollaban muy por cima de las largas y puntiagudas orejas.
Palabra del Dia
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