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Era campechana, servicial y sencilla hasta la simpleza, pero en sus negocios de prendera y prestamista mostrábase inflexible y astuta como pocas. Acérquese un poquito si ha concluido de tomar su grosella. D.ª Rafaela trasladó su silla cerca de la joven y en seguida se pusieron a departir amigablemente en voz baja.

Ya recordará el lector lo campechana que era Rosita de lugareña. De Condesa seguía lo mismo con quien lo merecía. No acabo de comprender decía Beatriz cómo has podido conocerme entre tanta gente y después de tantos años. Hija mía contestaba la Condesa , yo tendré corto entendimiento; pero tengo mucha memoria y, sobre todo, mucha y buena voluntad para aquellos a quienes estimo.

Las mujeres que trabajaban a las puertas de sus casas los miraban con curiosidad tocada de admiración. ¿Quién es el señorito que va con don Melchor? Mujer, ¿no le conoces? El sobrino; el señorito Gonzalo, que llegó ayer en la Bella-Paula. ¡Vaya un real mozo! Como su padre don Marcos, que en paz descanse. Y como su abuelo don Benito añadió una vieja. ¡Qué familia tan noble y campechana!

En sus modales, si por algo pecaba, era por sobra de naturalidad y franqueza. La señora de Pinto, con relación a los remilgos afectados y a las ceremonias de París, era por demás llanota y campechana.

Por la noche, hablando de los trabajos del día siguiente, solía decir á sus hijas en tono humilde, que asustaba por lo inusitado, afectando al mismo tiempo sonrisa campechana: «Si queréis ir á divertiros un poco mañana al prado de los Molinos, ya sabéis que principian á segarloLas niñas comprendían perfectamente, y al día siguiente de madrugada tomaban unos palos ligeros y lustrosos por el uso, y se pasaban el día esparciendo la hierba segada para que el sol la secase más pronto.

En las plataformas iban los de la Lonja, tratantes en trigo, molineros, gente campechana y amiga del estruendo, que, en mangas de camisa, botonadura de diamantes y gruesa cadena de oro en el chaleco, arrojaban a los balcones con la fuerza de proyectiles los ramilletes húmedos y los cartuchos de confites duros como balas, con más almidón que azúcar.

De la otra parte del legado nada dijo la duquesa hasta pasado algún tiempo. Era la señora, si muy campechana, no menos celosa de la jerarquía. Su afabilidad y benevolencia descendían siempre de lo alto, a modo de protección.

Me escuchó con muchísimo interés, reflejándose en su expresiva fisonomía los diversos afectos que iban agitando su espíritu: la indignación, la duda, la tristeza, la esperanza. Cuando cesé de hablar, me dijo con acento de convencimiento que estaba segura de que su señorita no había hecho aquello por maldad o coquetería. Conocía muy bien a su señorita: era bondadosa, campechana, caritativa.

¡Hombre, si viera usted lo que se ha reído el padre Talavera cuando le conté lo del bailoteo de esta tarde! me dijo D. Nemesio al entrar en casa. Quedé clavado al suelo. ¿Pero ha ido usted a contar al padre Talavera?... preguntele con acento alterado. Le encontré sentado delante de su fonda con otros clérigos y echamos un párrafo. Es una persona muy campechana y muy corriente.

Sea lo que quiera, al venturoso hijo de D. Baldomero Santa Cruz y de doña Bárbara Arnaiz le llamaban Juanito, y Juanito le dicen y le dirán quizá hasta que las canas de él y la muerte de los que le conocieron niño vayan alterando poco a poco la campechana costumbre.