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Este suceso tuvo gran resonancia en la corte, que ya se había ocupado muchas veces de las ruidosas aventuras del príncipe. Sus duelos, sus amores, sus escandalosas fiestas, irritaban al joven emperador, empeñado en moralizar las costumbres de sus allegados. En las reuniones aristocráticas volvieron á recordarse las extravagancias de la casi olvidada Nadina Lubimoff.

En relaciones secretas con la corte, procuraba organizar una reacción, y todos los medios se adoptaban si conducían al fin deseado. Iba á los clubs, atizaba alborotos, frecuentaba las reuniones de realistas y aun de los liberales. Todo lo averiguaba y lo aprovechaba todo.

Los insurrectos los llamaban en Aragón, pero los llamaban así, sin ira y sin odio. Martí en Zaragoza lo fue todo, el orador en las reuniones, el escritor en los periódicos, el poeta siempre.

No eran éstas, sin embargo, las reuniones que agradaban a doña Luz y a su amiga, sino las poco numerosas, familiares y frecuentes, donde ellas mismas incitaban a D. Anselmo para que provocase y contradijese al Padre, obligándole así a hablar sobre puntos de religión o de filosofía.

Además, él, sintiéndolo, tenía que privarse en adelante de asistir a tales reuniones; su espíritu allí quedaba, pero él, don Álvaro, por razones poderosas, que suplicaba a los presentes respetaran, se abstendría de acudir a tan agradables banquetes. Quince días después, a mediados de Julio, entraba una tarde el Presidente del Casino en el caserón de los Ozores. Iba a despedirse.

»Carlos estaba cada día más contento, más satisfecho, más decidor; su gracia y su ingenio animaban todas nuestras reuniones, y cuando nos encontraba juntas a las dos personas a quien su solicitud y cuidado había salvado, su rostro tomaba una expresión de alegría y de contento difícil de explicar.

Alegre y amigo de chanzas y de burlas, se hallaba en todas las reuniones y fiestas, cuando no eran a escote, y las regocijaba con la amenidad de su trato y con su discreta aunque poco ática conversación.

Dos razones tenía para obrar así; la primera, muy confesable, era aumentar el brillo de sus reuniones; la segunda, menos cristiana, hacer de ella la querida de su hijo. Hacía siete u ocho años que había perdido a su hijo mayor, Guy de Lerne; el segundo, Jacobo, salía de Saint-Cyr al tiempo de la muerte de su hermano. Viendo a su madre sola, dio su dimisión para vivir a su lado.

Ya verá usted, padre, cómo si se reúnen en Caulina, quedará todo reducido a gritos y amenazas, como en las reuniones en los ranchos. Y de don Fernando, no pase usted pena. Tengo la convicción de que está en Madrid. No es tan insensato que vaya a comprometerse en una locura como esta.

De costumbres muy irregulares, ya discreto como si tuviese que ocultar grandes misterios, inexacto en nuestras reuniones, activo, callejero, era imposible hallarle seguramente en su casa a ninguna hora; aquel pájaro enjaulado a su pesar estaba en todas partes y en ninguna, había encontrado el medio de crear lo imprevisto en la vida de provincia y revoloteaba como si estuviera al aire libre dentro de su prisión.