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El salón en que se conversa, es la excepción en Provincias; el en que se chismorrea, es enteramente la regla general... En casa de la abuela se conversa un poco... a veces; se chismorrea siempre... Con dulzura, seguramente, sin maldad y con una notoria benevolencia, pero, en fin, se chismorrea. Hasta ahora estaba yo casi excluida de esas reuniones, sin gran sentimiento mío, lo confieso.

Una cosa son las reuniones populares de los teatros y de las calles, otra cosa deben ser los actos de la dirección y de la marcha de nuestro partido: una cosa son las batallas en las guerrillas, en las cargas y en los entreveros, y otra cosa son las batallas en el cuartel general.

¿Vas a ese baile, Magdalena? me preguntó Petra. Magdalena no sale más que en la intimidad respondió la abuela. Una huérfana no está en su lugar en reuniones muy numerosas. Pero es un baile blanco observó la de Brenay. , lo ; pero es todavía demasiado mundano para Magdalena. ¿Y usted ha aceptado? preguntó la abuela a la de Brenay.

De quien me acuerdo es de Arriaza, y no porque me fuera muy simpático, pues la índole adamada y aduladora de sus versos serios y la mordacidad de sus sátiras me hacían poca gracia, sino porque siempre le vi en todas partes, en tertulias, cafés, librerías y reuniones de diversas clases. Este llegó más tarde a la tertulia.

Con ellos fue a las reuniones del anarquismo; oyó a Reclús y al ex príncipe Kropotkine, y las palabras del difunto Miguel Bakounine llegaron a él como el evangelio de un San Pablo del porvenir.. Gabriel había encontrado su nueva religión y se entregó por completo a ella, soñando en la regeneración de la humanidad por el estómago.

Por lo mismo que vas a ser clérigo y que no podrás bailar ni enamorar en las reuniones, necesitas jugar al tresillo. Si no, ¿qué vas a hacer, desdichado? A estos y otros discursos por el estilo he tenido que rendirme, y mi padre me está enseñando en casa a jugar al tresillo, para que, no bien lo sepa, lo juegue en la tertulia de Pepita.

¡Pero usted me compromete! dijo don Simón, trémulo de gusto, al recibir aquella rociada de piropos-. ¿Y si no llego a dar esas reuniones? No habrá nada de lo dicho, y en paz. Pero ¿qué ha de hacer usted sino darlas? Los hombres ricos e ilustrados y que, como usted, tienen además una señora modelo de elegancia y de agrado, y una hija, conjunto de todos los hechizos imaginables...

Los discursos de Castelar leídos en las reuniones nocturnas, con sus maldiciones al pasado y sus himnos a la madre, al hogar, a todas las ternuras que emocionan el alma simple del pueblo, hacían caer más de una lágrima en las copas de vino.

Tal vez era el «lado interesante» que, «para una observadora como Verónica, había en las reuniones íntimas de su casa». Del «lado pintoresco» era la principal figura el banquero don Mauricio, con todas sus cosas y con todas sus malas intenciones, en las cuales había leído ella mucho antes de que se las anunciara al oído el gangoso Gonzalo Quiroga.

Dorotea , joven madrileña, cuyo esposo estaba ausente, y tan lejos que no se esperaba su vuelta, había conocido á Lope en ciertas reuniones, y le dió á entender que aprobaba su inclinación; viéronse, en efecto, después los dos enamorados, pareciéndoles desde el primer instante que se habían conocido y amado toda su vida.