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De aquí que todos la quisieran y la respetaran; de aquí, sin duda, que nadie, o muy pocos, gustaran de penetrar en los misterios de aquel cambio de carácter, para ninguno inadvertido, que más que tal era resultado de una resolución hija de una voluntad inquebrantable y firme. Se dijo, así me lo contó una vez don Basilio, que todo provenía de un desengaño amoroso.

Además, él, sintiéndolo, tenía que privarse en adelante de asistir a tales reuniones; su espíritu allí quedaba, pero él, don Álvaro, por razones poderosas, que suplicaba a los presentes respetaran, se abstendría de acudir a tan agradables banquetes. Quince días después, a mediados de Julio, entraba una tarde el Presidente del Casino en el caserón de los Ozores. Iba a despedirse.

¿Qué estáis diciendo?... Iré á encontrar á don Bernardino al lugar donde me ha citado... y no le mataré, pero le escarmentaré... ¡Miserable! ¡Vive Dios que ningún hombre se ha atrevido como él á probarme la paciencia! ¡Malhaya la hora en que os traje al teatro! ¿Y por qué? Nada temáis; yo haré de modo que me conozcan esos señores, y cuando me conozcan, me respetarán, os lo juro.

Van enredados en unos rosarios, cuyas cuentas son de múltiples colores, y se pasan la vida consultando si las balas del ejército les harán daño, para lo cual suspenden en el aire una punta del rosario, y si el viento empuja éste á la derecha, las balas los respetarán; mas si es al contrario, castigan sus cuerpos para ganar indulgencia, pues los proyectiles pueden alcanzarles.

Dos veces le he hablado. ¿Y sabes lo que hace? Alzar los hombros, sacudir la ceniza del cigarro con el dedo meñique, y decir que ahí se las den todas. El enamorado oía con júbilo estas palabras, que eran para él un gran consuelo. Indudablemente Juan Pablo observaba la prudente regla de respetar los sentimientos y propósitos ajenos para que le respetaran los suyos.

Entonces nos pondremos a la cabeza de todos ellos, nos obedecerán y nos respetarán; empalaremos a algunos, los perseguiremos a todos y ganaremos mucha honra y, sobre todo, gran provecho.

Allí, en las filas, aprendí a leer y a escribir, supe lo que era orden y limpieza, me enseñaron a respetar y a exigir que me respetaran, y bajo el ojo vigilante de los jefes y oficiales se operó la transformación del gaucho bravío y montaraz. ¡Ah! ¡Qué día, aquel feliz, en que después de cuatro años de rudo aprendizaje tuve en mi brazo la escuadra de cabo de la Compañía!