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Hablar con Ronzal, verle a él animado, decidor, disparatando con gran energía y entusiasmo, y notar que sus ojos no se movían, ni expresaban nada de aquello, sino que miraban fijos con el pasmo y la desconfianza de los animales del monte, daba escalofríos. Era de buen color moreno y tenía la pierna muy bien formada.

Discurríase una noche en la tertulia palaciega sobre el Apocalipsis y el juicio final; y el virrey, volviéndose a un garnacha, mozo limeño y decidor, que hasta ese momento no había despegado los labios para hablar en la cuestión, le dijo: Y usted, señor doctor, ¿cuándo cree que se acabará el mundo? Es claro contestó el interpelado , cuando vuecelencia mande que se acabe.

El cachaco es el calavera de buen tono, alegre, decidor, con entusiasmo comunicativo, capaz de hacer bailar una ronda infernal a diez esfinges egipcias, organizador de las cuadrillas de a caballo en la plaza el día nacional, dispuesto a hacer trepar su caballo a un balcón para alcanzar una sonrisa, jugador de altura, dejando hasta el último peso en una mesa de juego a propósito de una rifa, pronto a tomarse a tiros con el que lo busque, bravo hasta la temeridad... y que concluye generalmente, después de uno o dos viajes a Europa, desencantando de la vida, en alguna hacienda de la sabana, de donde sólo hace raras apariciones en Bogotá.

No jugaba, ni fumaba, ni iba al círculo. Cuando, después de comer, todos los hombres se reunían para fumar, él se quedaba con las señoras. Con esto conseguía grandes ventajas, de las que abusaba gustoso. No era ya joven, pero era elegante, buen decidor, con aire caballeresco y un corazón que era una verdadera cloaca de corrupción.

El autor se encarga de explicarlo, y lo hace con exquisita claridad. «El cachaco es el calavera de buen tono, decidor, con entusiasmo comunicativo, capaz de hacer bailar a diez esfinges egipcias, organizador de cuadrillas de a caballo en la plaza, el día nacional, dispuesto a hacer trepar su caballo a un balcón para alcanzar una sonrisa; jugador de altura, dejando hasta el último peso en una mesa de juego, a propósito de una rifa; pronto a tomarse a tiros con el que le busque, bravo hasta la temeridad...» Y aplíquese esa retrato al respetable señor Holguín!

Los que le han conocido, en la puerta del registro de la calle Florida, arrellanado en ancho sillón de rejilla, con su chaleco floreado y sus zapatos de paño, echando piropos a las muchachas y llevando la batuta en aquel concierto de viejos babosos y apolillados, no se imaginarían que setentón tan decidor y risueño era una fiera en su casa.

Serio, grave, pocos habían visto una sonrisa en su cara angulosa, cubierta por una tez apergaminada y morena, casi negra; no obstante, era decidor y alegre en las horas de ocio, y más de una de sus aventuras, casi novelescas, entretuvieron largas horas de espera en las correrías que juntos teníamos que emprender todas las noches, ya siguiendo la pista de algún pícaro que andaba estudiando la sección, o ya buscando la de algún asesino que, después de cometer una fechoría, se nos había escapado de entre las manos.

»Carlos estaba cada día más contento, más satisfecho, más decidor; su gracia y su ingenio animaban todas nuestras reuniones, y cuando nos encontraba juntas a las dos personas a quien su solicitud y cuidado había salvado, su rostro tomaba una expresión de alegría y de contento difícil de explicar.

Felizmente, don Fernando, todavía llevo la espada al cinto para pelear al Demonio si se atreve conmigo repuso gallardamente el gascón, desnudando su toledano estoque y acometiendo con él a un enemigo invisible... Cuando lo volvió a envainar, agregó, decidor: Pero es ridículo que no aprovechemos estas cortas vacaciones y que, mientras pudiéramos divertirnos, nos quedemos aburriéndonos aquí, con las solemnes caras de tontos que teníamos en los retratos... ¡Bebamos por mis pecados!

Tiburcio, que era muy alegre y decidor, divertía y regocijaba a las damas y tenía con ellas mucho partido. No alcanzaba tanto favor con los hombres. Tal vez le envidiaban muchos. Tal vez se dolían otros de la insolente suerte con que les ganaba el dinero cuando jugaban a los dados.