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No habían andado mucho cuando tropezaron con el gran poeta don Luis de Rojas, el amigo cariñoso y el maestro venerado de Tristán. Era un viejecito pulcro, de facciones correctas y ojos vivos que gastaba perilla y bigote enteramente blancos ya y el cabello cortado en media melena como tributo pagado a su gloriosa juventud romántica.

Pero nada de esto dejaba traslucir su exterior, siempre pulcro y aliñado. Había crecido y engordado hasta convertirse en lo que el vulgo suele llamar «un real mozoSu rostro, aunque sin expresión, no tenía nada de repulsivo; era fresco, sonrosado, rebosando de salud y cercado por una patilla rubia y precoz que le sentaba admirablemente.

Hay belleza, elegancia y distinción para todas las edades, con tal de que no falten la salud y el aseo. Y como el Barón está saludable y es aseado y pulcro, yo le hallé y le hallo siempre muy agradable persona y además un hermoso viejo.

Vió también el retrato de su defensor: un abogado viejo, de aspecto pulcro, con melenas blancas finamente peinadas y ojos juveniles. Adivinó Ferragut desde las primeras líneas que el maître no podía escribir ni hablar sin hacer literatura.

Una hora después nos desayunábamos en el comedor en compañía del solariego, no tan elegante como por la noche pero pulcro y aseado y mucho mejor vestido que cuando segaba.

Me entusiasma este pájaro, tan elegante, tan señoril, tan paquete, tan erguido, tan gracioso en su manera de caminar. Parece que va siempre vestido de frac, con las plumas tan planchadas, pulcro, coquetón, peripuesto, andando despacito por la pampa, como si fuera la platea, y volviendo la cabeza a un lado y otro, acompasadamente, cual si hiciera a los palcos el regalo de su mirada.

La Regenta le vio tan airoso, tan pulcro y elegante en aquella situación de farolero como paseando por el Espolón. ¡Bravo! ¡bravo! gritaron Edelmira y Paco al ver los brazos del buen mozo entre los palos de la barquilla del columpio. ¡No me tires! ¡No me tires! gritó Obdulia que sintió las manos de su ex-amante debajo de las piernas. Visita le dio un pellizco a Edelmira a quien ya tuteaba.

El cual, por lo demás, andaba de puntillas, sin tropezar en nada; y hasta consiguió taparla, sin que ella lo sintiera, un poco de la espalda blanquísima, por donde estaba cogiendo frío. Era en casa de su Serafina el mismo galán fino, pulcro, suave y mañoso que cuidaba a su mujer, a su tirano, como las manecitas negras de los palacios encantados.

Era alto, enjuto de carnes, ágil y recio, con poquísimas canas aún, atusados y negros los bigotes y la barba, muy atildado y pulcro en toda su persona y traje, y con ojos zarcos, expresivos y grandes. No le faltaba ni muela ni diente, que los tenía sanos, firmes y muy blancos e iguales.

Por el ramal opuesto subía al mismo tiempo un viejo gordo, con la barba blanca muy recortada, hablando vivamente con otro viejo flaquito, muy atildado y pulcro; el gordo vestía sencilla levita abrochada, y el flaco, uniforme de teniente general con sus accesorios de gala.