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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Tristán se calmó, y Elena, con su natural ligereza, pasó inmediatamente a otra conversación. ¡Pero qué lindísimo budoir el tuyo, Elena, qué coquetón, qué elegante! le decía Visita aludiendo al del hotel que estaba terminando en Madrid. ¿Te gusta? Muchísimo. ¡Qué guirnaldas talladas! ¡qué rico mosaico el del pavimento! ¡qué pinturas tan finas las del techo!
Rara vez estaba el salón abierto, pero, si llegaba a estarlo, por accidente, la figura de don Pablo Aquiles divisábase la primera, surgiendo de entre el rimero de libros y papelotes, y aunque él no fuera curioso, fácil le era ver quién entraba y quién salía del despacho de S. E.; así, Esteven, no atravesaba el coquetón saloncito, sin echar hacia la derecha una mirada de desconfianza, que en alguna ocasión fué a chocar con la rencorosa que le lanzaban los ojos del viejo Vargas.
Hecho el primer estudio del terreno por medio de estos y otros datos parecidos y no más lisonjeros; oído el dictamen del centro electoral, y corridos los indispensables propios con las necesarias cartas e instrucciones, arregló don Simón la maleta; rellenó todos sus huecos con cigarros del estanco; vistióse un traje coquetón de camino, hecho ad hoc; adornó las manos con sus sortijas más voluminosas; echó sobre el pescuezo la cadena más larga, más gorda, más relumbrante de cuantas tenía; y cabalgando en un rocín de mal pelo, pero de mucha resistencia, partió de la ciudad al amanecer de un día, quince antes del en que habían de dar comienzo las elecciones.
¿Es posible cansarse de verlo recto y ligero sobre el agua, con sus formas esbeltas y estrechas, su alta armadura un poco inclinada hacia atrás, que le da un aire tan coquetón y tan marinero? ¿cómo no admirar su velamen fino y ligero, con sus amplias piezas, sus gavias y sus juanetes tan elegantemente sesgados, y esas barrederas que se despliegan sobre sus flancos graciosas como las alas del cisne, y esos foques elegantes que parecen voltear al extremo de su bauprés, y su línea de veinte carronadas de bronce, que se dibuja blanca y negra como los lados de un juego de damas?
Siempre en ellas, la cabeza metida entre los hombros y el espinazo doblegado, embriagándose en su labor; y la barraca de Barret presentaba un aspecto coquetón y risueño, como jamás lo había tenido en poder de su antiguo ocupante.
Entonces, ¡oh prodigio! la señora se fué reanimando, y levantándose al fin, mostró á Pacorrito su risueño semblante, su noble frente sin ninguna herida, su cuerpo esbelto sin la más leve rotura, su vestido completo y limpio, su cabellera rizosa y perfumada, su sombrero coquetón, que adornaban diminutas flores; en suma, se mostró perfecta y acabadamente hermosa, tal como la conoció el muchacho en la vitrina.
Comprendíase a primera vista que el chalet, con sus delgadas paredes de madera, mal defendería a sus habitantes del frío del invierno y los calores del verano; pero en la estación de otoño, templada y benigna, aquella caprichosa construcción, orlada de franjas de menuda crestería, trabajada como un juguete de sobremesa, engalanada de fresca guirnalda de rosales, era el albergue más coquetón y donoso que puede imaginar la mente, el nido más adecuado para una pareja de enamoradas tórtolas.
Además, anchas hebillas de plata brillaban en sus zapatos, y un sombrero charolado, impertinentemente ladeado, acababan de darle un aire coquetón y calavera que contrastaba singularmente con su edad avanzada. Por lo demás, se veía que iba vestido de etiqueta y que le incomodaban sus adornos. Su amigo, de un traje menos afectado, parecía mucho más joven.
Este entre tanto, rojo de vergüenza, se levantó y murmuró ininteligibles escusas. Consideróle por un momento el P. Millon como quien saborea con la vista un plato. ¡Qué bueno debía ser humillar y poner en ridículo á aquel mozo coqueton, siempre bien vestidito, la cabeza erguida y la mirada serena!
En fin, debajo del hombro izquierdo tiene un lunarcito negro, coquetón, aterciopelado, que hace saltar aún la deslumbrante blancura de una piel de raso... Pero eso no es aun todo. El corregidor espumarajeaba de rabia y no podía encontrar una sola palabra para contestar al gitano ni a las guasas con que la multitud le asaeteaba.
Palabra del Dia
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