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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Quien vido la ciudad alborotada, Metida en pareceres diferentes, Al Audiencia la causa fué llevada, Para cortar el hilo á inconvenientes. El Audiencia Real, bien informada, Y letrados famosos y sapientes, Rescindieron los autos actuados, Y así presto ya han sido congregados.
Este camino subía apoyándose en las gruesas raíces de los árboles, constituyendo una escalera de desiguales tramos, metida en un túnel de ramaje. En verano, las hojas lo cubrían por completo. En los días calurosos de Agosto se podía dormir allí a la sombra, arrullado por el piar de los pájaros y el rezongar de los moscones.
Luego un gracioso, no de mal dictamen, Sentado en un baúl la hizo esta arenga, Esta arenga que puede ser vexamen: Vuesa merced, señora Doña Menga, Ya que ha dexado el mundo y sus verdores, Como á Dios plugo, enhorabuena venga. Si piensa que ha venido á coger flores, Porque nos ve listados de oropeles, Está metida en un serón de errores.
Excusado me parece ponderar el efecto que en un hombre de carácter enérgico y además acostumbrado al mando harían las insolencias de aquel rapazuelo montaraz y deslenguado. Afortunadamente para entrambos cuidó muy bien el muchacho de no ponerse á tiro, y silbando á su ganado, desapareció por el bosque. Ese tuno debe tener metida en su cuerpecillo toda entera una legión de diablos.
Y no pudo en muchos días apartar de su pensamiento las cosas que le refirió doña Manolita que, entre paréntesis, no acababa de serle simpática, y lo que más metida en reflexiones la traía no era precisamente que aquellos hechos de regalar la custodia y el manto se hubieran verificado, sino la casualidad... «Tie gracia». Si hubiera ella ido al convento algunos días antes, habría asistido a la solemne misa, con obispo y todo, que se dijo en acción de gracias por haberse puesto bueno el tal... Esto tenía más gracia.
Abría la puerta de la pequeña iglesia fresca y sombría como una bodega, mostrando en el fondo, metida en un altar barroco de oro apagado, la pequeña imagen con el manto hueco y la cara negra. El buen hombre, recitaba a toda prisa, como quien la sabe de memoria, la historia de la imagen. Era la Virgen del Lluch, la patrona de Mallorca.
Como oyera de pronto a su espalda ruido de pasos, se volvió; mas no era su madre la que llegaba, sino una monja. Traía la cabeza metida en una cofia blanca, bajo la cual resaltaba un rostro brillante, hasta parecer erisipeloso, de facciones menudas y redondas.
Era mujer de unos cuarenta años, de regular estatura, metida en carnes, que no habría sido fea a los veinte, de fisonomía abierta y simpática, pero ordinaria; el talle y la figura más ordinarios aún, porque el vientre le había crecido en los últimos años mucho más de la cuenta y no había corsé que lo sujetase; la voz aguda y desentonada, los ademanes bruscos y el mirar dulce y halagüeño: vestía un traje de terciopelo de color castaño, que en aquella época era el sumo lujo entre las señoras de calidad; mas advertíase que aquel terciopelo no estaba tan bien pegado a sus carnes como era de esperar, dado el aspecto imponente y el concertado gusto y elegancia que reinaban en la casa.
Así se rompía el hielo. ¿Por qué no vienes a Mar del Plata? Anda, vamos... No puedo; estoy metida en un berenjenal, hijita, que no sé cómo voy a salir. ¿Por...? Por lo de Inesita. ¿Sabes que se casa con Raúl, con mi cuñado? Sí, ya me lo han dicho, ¡Pobre Carlitos Nuezvana!
Vna medalla de bronçe del señor don Juan de Austria, medio cuerpo, sobre vna peaña de piedra negra. Vn relox de luz con vna nuestra señora metida en una guirnalda de flores. Medio bufete sin pies, de pórfido, ochavado. En el Camarinete de la torre que corresponde al oratorio, se alló: Vn descendimiento de la cruz, de bronçe con su peaña de éuano, y la cruz de éuano con su letrero.
Palabra del Dia
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