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Hízolo así Roger, quien notó entonces los dos enormes fardos que formaban el equipaje de los juglares y que por lo que dejaban ver contenían jubones de seda, cintos relucientes y franjas de oropel y falsa pedrería. Junto á ellos yacía una vihuela que Roger tomó y empezó á tocar con gran maestría, mientras los acróbatas continuaban sus sorprendentes ejercicios.

Marsella era la metrópoli del Mediterráneo, el puerto terminal para todos los navegantes del mare nostrum. En su bahía, de cortas olas, se alzaban varias islas amarillentas, con franjas de espuma, y sobre una de ellas las torres robustas del novelesco castillo de If.

Las playas de la Barquera y el mar alternaban en zonas de nítida blancura y de limpio color de zafiro; a los últimos destellos del Poniente, el arenal brillaba como si estuviese salpicado de plata, y vaporosas franjas de espuma, tan pronto formadas como deshechas, corrían un instante por el borde de las olas.

Un pantalon estrecho, de paño azul con franjas amarillas, que llega hasta las rodillas y se ajusta bajo dos grandes botas charoladas; un chaleco de paño amarillo ó rojo, sobre el cual va una chupa de cola microscópica, forrada con anchas solapas y con puños de color rojo y enormes botones de metal reluciente; un sombrerito de charol ó fieltro, de copa larga, estrecha y puntiaguda y con adornos; un larguísimo foete, y un clarin terciado al costado, componen el vestido y los arreos del príncipe de la diligencia suiza.

A Perico se le encontraba con más frecuencia en otro departamento tétrico como una espelunca, las paredes color de avellana tostada, los cortinajes gris sucio con franjas rojas, donde una hilera de bancos de gutapercha moteada hacía frente a otra hilera de mesas, cubiertas con el sacramental, melodramático y resobadísimo tapete verde.

Sucedió, pues, que la emoción de Roger fué poco duradera y que aun antes de perder de vista á Belmonte recobró la alegría propia de sus años y pudo apreciar en toda su belleza los primores del paisaje. Era una tarde hermosísima; los rayos del sol caían oblicuamente sobre los frondosos árboles, trazando en el camino arabescos de sombras, alternados con anchas franjas doradas.

Jamás había pasado el pacífico portero de Villamelón susto tan tremendo como el que le tenía reservado el señor gobernador de Madrid para aquel día memorable, 26 de junio... Eran las diez de la mañana, y Baltasar, sin haberse vestido aún la larga librea azul, con anchas franjas en las bocamangas y cuello, cubiertas de escudos heráldicos, limpiaba cuidadosamente el polvo a las soberbias arcas florentinas, los enormes sitiales antiguos y las armaduras de brillante acero que adornaban el vestíbulo.

Poco a poco fueron enrojeciéndose las paredes de los altos campanarios, los ruidos se hicieron más perceptibles a través del aire algo más húmedo, anchas franjas de fuego se formaron sobre el ocaso hacia el lado en donde se alzaban por encima de las casas los mástiles de los barcos amarrados a la orilla del río.

De las balaustradas de las tribunas colgaban ricos tapices y anchas franjas de terciopelo en cuyo centro destacábanse, bordados en oro, plata y sedas de vivos colores, los escudos de armas de cien nobles. No tardaron en tomar éstos asiento, la multitud y los soldados se acomodaron como mejor pudieron y los pajes y palafreneros se encargaron de las armas y monturas de sus señores.

En 1779 contábanse 462 telares «de lo ancho» y uno en que se tejían géneros con mezcla de oro y plata y 62 de galones de plata y oro, 354 de cintas labradas, 17 de cintas de plata y oro, 8 de cintas de rizo y franjas; 1391 telares bajos, 23 de tejidos menores de plata y oro, que suman en total 2318.