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En sus juegos eran tan ligeros y originales como en sus trabajos. Esa danza del palo fue entre los indios una diversión de mucha agilidad y atrevimiento; porque se echaban desde lo alto del palo, que tenía unas veinte varas, y venían por el aire dando volteos y haciendo pruebas de gimnasio sin sujetarse más que con la soga, que ellos tejían muy fina y fuerte, y llamaban metate.

Sobre el mosaico del suelo caía una lluvia de rayos intensos donde flotaba un polvo ligero y coloreado, y estos rayos se cruzaban y tejían en el espacio formando una tela flamígera, sutil y vistosa, por cuyos intersticios pasaban los fugaces destellos de otros rayos más pálidos donde flotaba un polvo aun más aéreo.

En el óvalo nacarino, ligeramente carnoso, del rostro, los grandes ojos italianos llameaban tempestuosos y alegres; tenía la nariz respingueña y corta, voluntarioso el mento, la boquirrita breve y roja, como la herida de un florete; alrededor de la nieve de su frente sajona, los cabellos latinos, encrespados y negrísimos, tejían un marco de ébano.

Con qué cuidado saqué de la gran caja, uno por uno, temeroso de romperlos, aquella multitud de zagalas y rabadanes que tejían danzas cerca del portal, y aquellos magos que seguidos de criados y soldados, tan suntuosos de vestidos como sus señores, y jinetes en caballos, elefantes y camellos, debían ser lo más lindo de aquel belén que tendría chozas y palacios, caminos de hierro y barcos de vapor, volcanes nevados, cascadas de brea, lagunas de cristal pobladas de ánades y garzas, catedrales y mezquitas, feroces beduinos y apuestos charros mexicanos que perseguían con el lazo al aire las reses montaraces.

En el pueblo sólo había mujeres, mujeres por todas partes: sentadas ante las puertas, haciendo encaje con un colchoncillo cilíndrico sobre las rodillas, á lo largo del cual tejían los bolillos la tira de primorosos calados; agrupadas en las esquinas, frente al mar solitario donde estaban sus hombres, hablando con una nerviosidad eléctrica que estallaba de pronto en ruidosas tempestades.

Como el cauto Pacha habia tenido gran cuidado de que se tomasen todas las medidas necesarias, nada le faltaba á la nueva colonia. Para poder vestirse plantaron algodon, y mientras que se ocupaban los hombres en la caza y en labrar las tierras, las mujeres tejian y cuidaban de las faenas caseras.

Anteriormente se decía que los sombreros de Panamá se tejían debajo del agua, lo cual no es enteramente exacto, por más que es necesario conservar la paja completamente húmeda mientras permanece en las manos del tejedor.

Isidro Maltrana sabía que los tales «hombres» eran los redactores del periódico en que él trabajaba, los que tejían el artículo de fondo y la información política, los «pájaros gordos», como los designaba por antonomasia el empleado, viendo en ellos a los depositarios del secreto nacional, a los únicos profetas del porvenir.

En 1779 contábanse 462 telares «de lo ancho» y uno en que se tejían géneros con mezcla de oro y plata y 62 de galones de plata y oro, 354 de cintas labradas, 17 de cintas de plata y oro, 8 de cintas de rizo y franjas; 1391 telares bajos, 23 de tejidos menores de plata y oro, que suman en total 2318.

Sintió de golpe toda su debilidad, toda su miseria, mientras la sangre seguía tiñendo de púrpura los minúsculos lagos de las rocas. Al cerrar los ojos para morir, vió en la obscuridad una cara pálida, unas manos que tejían sutiles encajes, y antes de que la noche cayese definitivamente sobre sus párpados, murmuró con balido infantil: ¡Mamá!... ¡mamá!...