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Yo, en tanto, continué, rutinario y triste poniendo diariamente mi hermosa letra cursiva al servicio del Estado, y admirando, los domingos, la pericia con que la espléndida doña Augusta limpiaba la caspa al teniente Conceiro. Era cosa evidente para que aquella noche, dormido, leyendo sobre el infolio, había soñado con una «Tentación de la Montaña» bajo formas familiares.

Momentos después pasaron trotando junto á Roger el corregidor y cuatro ballesteros, habiendo recibido los otros dos la orden de cavar una fosa y enterrar los cadáveres. Uno de los soldados limpiaba la larga hoja de su espada en las crines del caballo, y al verlo Roger le sobrecogió tal angustia que arrojándose sobre la hierba prorrumpió en sollozos convulsivos.

Esta acababa de echar un poco de café en el filtro, y se limpiaba minuciosamente los dedos con su delantal de tela blanca adamascada, adornado, a la rusa, con anchas tiras de bordadura roja.

Por la mañana bajaba a hacer su compra, con su cesto al brazo, y al cuarto de hora volvía. Ella misma se hacía la comida y limpiaba la casa, en cuyas operaciones se le iba casi todo el día.

Luego, había que verle con qué religiosa pompa y taciturno talante, sentado detrás de la pista, limpiaba las espuelas del gallo con medio limón, para mundificarlas, por si estaban emponzoñadas, y las enjugaba después con el pañuelo, y, por último, depositaba levemente el gallo sobre el ruedo, como diciendo: alea jacta est, y ya no hay poderío terrenal que desvíe la voluntad de los hados.

Estrechaba efusivamente las manos tendidas hacia ella, y luego se limpiaba el sudor de su frente, diciendo con voz lánguida: Voy á morir. La emoción... la fiebre del arte... Me han matado ustedes al obligarme con sus ruegos insistentes á recitar mis versos. Miró á un lado y á otro como si buscase á Robledo, y al descubrirle, fué hacia él. Déme su brazo, héroe, y pasemos al buffet.

Con un inconmensurable pañuelo de cuadros se limpiaba la continua destilación de ojos y narices; después se sonó con estrépito dos o tres veces, y viendo a Benina en pie, la mandó sentar con un gesto, y él ocupó gravemente su sitio en el sillón, compañero de la mesa, el cual era de respaldo alto y tallado, al modo de sitial de coro.

El profesor temía las escaleras y las cuestas á causa de su obesidad de sedentario dedicado á los estudios; pero, á pesar de esto, acometía valerosamente cualquiera de las rampas en torno á las patas de la mesa, llegando arriba congestionado y jadeante, con su honorífico gorro en una mano, mientras se limpiaba con la otra el sudor de la frente, echando atrás la húmeda melena.

Hacía estas protestas esgrimiendo un paño untado de tiza contra las sacras, cuyo cerco de metal limpiaba con denuedo, sin mirarlo. Alzó Nucha los ojos, y en ellos lució un rayo instantáneo, un impulso de gritar, de quejarse, de pedir auxilio.... Al punto se apagó la llamarada, y encogiéndose de hombros levemente, la señorita repitió: No tengo nada, Julián.

Los días siguieron así, sin variación notable, y llegó el 23 de junio. Aquel día, Quilito almorzó en casa, o mejor dicho, no almorzó, porque todo el tiempo se lo pasó renegando de los bodrios de Catalina, de Pampa, que era una sucia, que así limpiaba los cubiertos como se lavaba mal la cara; del pan, sin cocer, del vino, agrio... Y don Pablo, siempre paciente, trataba de calmarle.