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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Esta actitud de respeto es conveniente al covachuelista, mantiene la disciplina en un Estado bien organizado, y me garantizaba el descanso de los domingos y días festivos, el uso de alguna ropa blanca y veinticinco duros al mes. No puedo negar, a pesar de todo, que yo no tuviese ambiciones, como lo reconocían sagazmente la viuda de Marques y el pedante de Conceiro.
Tenía dos compañeros: Cabritilla, empleado en la administración del barrio central, tieso, y amarillo como una vela de entierro y el petulante teniente Conceiro, hábil tocador de viola francesa. Mi existencia se deslizaba equilibrada y tranquila.
Yo, en tanto, continué, rutinario y triste poniendo diariamente mi hermosa letra cursiva al servicio del Estado, y admirando, los domingos, la pericia con que la espléndida doña Augusta limpiaba la caspa al teniente Conceiro. Era cosa evidente para mí que aquella noche, dormido, leyendo sobre el infolio, había soñado con una «Tentación de la Montaña» bajo formas familiares.
Instalado entonces en el canapé del comedor, la pipa entre los dientes, admiraba a doña Augusta, que, los días de fiesta, solía limpiar con clara de huevo la caspa al teniente Conceiro. Esta hora, sobre todo en verano, era deliciosa.
Pedí perdón a doña Augusta, aceptando humildemente la comida que se dignó servirme; y pasé esta primera noche de riqueza, bostezando sobre el lecho solitario, mientras fuera, el alegre Conceiro, el mezquino teniente con veinte duros de sueldo mensuales, reía con la viola un alegre «fado». A la mañana siguiente, mientras me afeitaban, reflexioné sobre el origen de mi riqueza.
Palabra del Dia
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