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Y, sin embargo, esta obra deplorable de un pedante indigno y sin talento, tan opuesto á la época y á los escritos dramáticos tan brillantes coetáneos, fué calificada como una joya de la literatura española por los afrancesados del siglo XVIII. Las troyanas, de González de Salas, ya mencionado, no son más que una traducción de la tragedia de igual clase de Séneca.

Los dramáticos de ese período tenían presente esta correspondencia que encontraban en el público; prescindían de sus propios conocimientos, cuando el trazado de sus planes exigía que se separasen de la verdad histórica, y no temían que ningún pedante los censurase por su ignorancia; si versaban sus argumentos sobre la historia antigua, lo hacían de manera que fuese entendida y simpática á la generalidad de sus auditores, y en consideración á ellos, á quienes se dirigían, entremezclaban anacronismos de propósito deliberado y alusiones opuestas á la erudición severa y delicada.

El bohemio creyó ver á un cirujano hablando con suficiencia de los misterios de la voluntad ante un cadáver. ¡Qué sabía de la vida este pedante interpretador de documentos muertos!... Cuando se cerró la puerta fué al encuentro de su amigo, que volvía desalentado. Argensola ya no tenía por loco al doctor Julius von Hartrott.

No era pedante, pero cuando le apuraban un poco, cuando le contradecían, invocaba el sacrosanto nombre de la ciencia, como si llamase al comisario de policía. «La ciencia manda esto; la ciencia ordena lo otro». Y no se le había de replicar.

Tratarle á él de pedante era cosa corriente entre los malignos gaceterillos, que molestan siempre á los grandes hombres, como las pulgas al león. La persona del erudito Carranza era tan notable como sus obras.

La primera, esto es, Asunción, no tenía necesidad de aprender nada, porque era destinada al matrimonio. Y, por último, no quiero dejar en la obscuridad al ayo del joven D. Diego. Llamábanle comúnmente D. Paco, y era un varón de gran sencillez y moderación en sus costumbres, aunque algo pedante.

Su carácter siempre alegre, erizado de malicias, se manifestaba en punzadas mil, en bromas a veces nada ligeras, en apropósitos y en charlar voluble, compuesto ya de hipérboles, ya de pedanterías burlescas, que ciertamente no indicaban que él fuese pedante, sino que, por bromear, bromeaba hasta con la ciencia.

Pedro dijo de Meñique muchas cosas buenas, que pusieron al rey de mal humor; pero Pablo dejó al rey muy contento, porque le dijo que el marqués era un pedante aventurero, un trasto con bigotes, una uña venenosa, un garbanzo lleno de ambición, indigno de casarse con señora tan principal como la hija del gran rey que le había hecho la honra de cortarle las orejas: «Es tan vano ese macacuelo dijo Pablo que se cree capaz de pelear con un gigante.

El áspero senador evitaba el trato con los hombres, acordándose de las desdichas de Momaren y otros personajes. Sus amistades íntimas eran siempre con gente de su sexo. Cuando Flimnap quedó á solas con Gurdilo, en una pieza modestamente amueblada, se apresuró á hacer su propia presentación. Senador, yo soy el pedante de que habló usted ayer; el encargado de guardar al Hombre-Montaña.

Sin embargo, para cerciorarme del todo, á pesar del miedo que tenía, acerquéme al lugar de la catástrofe, y encontré el cuadro como yo me lo imaginaba; sólo que entonces conocí también al caído, gran pedante y muy trapisondista. Ahora bien: ni ustedes, ni yo, ni el que lo dijo, sabemos lo que significa la palabra fisimánicos.