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Actualizado: 5 de julio de 2025
El conocimiento quedaba incompleto si los curiosos prescindían de visitar el Museo-Biblioteca, y en él á su famoso director, que unos llamaban simplemente «el señor Simoulin», como si no fuese necesario añadir nada para que el mundo entero se inclinase respetuosamente, y otros designaban con mayor simplicidad aún, diciendo «nuestro poeta».
Necesitaban ser ligeros, y para serlo prescindían de la coraza rígida y dura del crustáceo, que impide los movimientos, prefiriendo la cota de malla cubierta de escamas, que se dilata y se pliega, cede al golpe y no se rompe. Querían ser libres, y su cuerpo, como el de los luchadores antiguos, estaba cubierto de un aceite resbaladizo, el mucus oceánico, que escapa fugaz á toda presión.
Todo indicaba que los ojos de la madre y la aguja de Leocadia prescindían de lo que antes constituía su mayor desvelo; lo único limpio, nuevo y reluciente que allí quedaba, era el marco dorado que compró doña Manuela para la estampa de la Virgen. ¿Qué quieres? preguntó Tirso ¿Vas a seguir echándolas de amo? Habla y acaba pronto.
Los dramáticos de ese período tenían presente esta correspondencia que encontraban en el público; prescindían de sus propios conocimientos, cuando el trazado de sus planes exigía que se separasen de la verdad histórica, y no temían que ningún pedante los censurase por su ignorancia; si versaban sus argumentos sobre la historia antigua, lo hacían de manera que fuese entendida y simpática á la generalidad de sus auditores, y en consideración á ellos, á quienes se dirigían, entremezclaban anacronismos de propósito deliberado y alusiones opuestas á la erudición severa y delicada.
Pero los más avisados prescindían de suposiciones y comentarios, limitándose a decir que sólo se sabría la verdad cuando el coronel Sarto tuviese a bien revelarla. Así charló Juan hasta que lo despedí, y me quedé solo, pensando no en lo porvenir, sino, como sucede a menudo después de las grandes crisis, en los sucesos de aquellas últimas semanas, pasándoles mental revista con verdadero asombro.
El P. Gil quedó más sorprendido que enojado de aquel desprecio. Viendo que sus compañeros prescindían de él, prescindió de ellos sin gran pesar. Sólo hablaba con el P. Norberto y con D. Miguel. El viejo párroco, a quien se había privado de la jefatura de hecho, mantenía, no obstante, con tesón su derecho, inventaba mil trazas de demostrarlo al vecindario.
Los enemigos de la revolución afirmaban que era más urgente que el divorcio dar una ley obligando á las parejas á casarse, pues la mayoría de las gentes del país, para evitar gastos y molestias, prescindían de las formalidades del matrimonio, viviendo en estado natural, como sus ascendientes. Pero Doroteo se sentía ahora satisfecho de haber dado su sangre por el triunfo del divorcio.
Palabra del Dia
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