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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Los despechados, la turba pedigüeña que en vano le asediaba y bloqueaba, llamábanle «El solitario de Las Arenas», «El ogro de la Sendeja», que era donde tenía su escritorio, y hasta afirmaban, faltando á la verdad, que su carruaje sólo tenía un asiento, para evitarse de este modo toda compañía.
Pero aún no tenemos motivo para aceptar esta aseveración, que es quizá una calumnia. Llamábanle el Doctrino, porque había estudiado primeras letras en el colegio de San Ildefonso. No podía negarse que había en su carácter cierta astucia disimulada, y en sus modales alguna afectación bastante notoria.
La primera, esto es, Asunción, no tenía necesidad de aprender nada, porque era destinada al matrimonio. Y, por último, no quiero dejar en la obscuridad al ayo del joven D. Diego. Llamábanle comúnmente D. Paco, y era un varón de gran sencillez y moderación en sus costumbres, aunque algo pedante.
Había en el calabozo un mozo tuerto, alto, abigotado, mohíno de cara, cargado de espaldas y de azotes en ellas. Traía más hierro que Vizcaya, dos pares de grillos y una cadena de portada. Llamábanle el Jayán. Decía que estaba por cosas de aire, y así, sospechaba yo si era por algunos fuelles, chirimías o abanicos, y decíale si era por algo de esto. Respondía que no, que eran cosas de atrás.
Encontró en él muy buena acogida y dos amigas: a la una se aficionó de suyo, movida de un instinto protector; llamábanle Guardiana, era nacida al pie del santuario de Nuestra Señora de Guardia, tan caro a Marineda; y según ella misma decía, la Virgen le había de dar la gloria en el otro mundo, porque en este no le mandaba más que penitas y trabajos.
Si Camaroncocido era rojo, él era moreno; aquel siendo de raza española no gastaba un pelo en la cara, él, indio, tenía perilla y bigotes blancos, largos y ralos. Su mirada era viva. Llamábanle Tío Quico y, como su amigo, vivía igualmente de la publicidad: pregonaba las funciones y pegaba los carteles de los teatros.
Pelirroja y pecosa, descarnada y puntiaguda de hocico, llamábanle en el taller la Comadreja, mote felicísimo que da exacta idea de su figura y ademanes. Bien sabía ella lo del apodo; pero ya se guardarían de repetírselo en su cara, o si no.... Ana tenía por verdadero nombre, y a pesar de su delgadez y pequeñez, era una fierecilla a quien nadie osaba irritar.
El general que acompañaba antes al ministro de Gracia y Justicia invitábale muy finamente a una cacería en sus tierras de Pardillo; era Grande de España, y llamábanle en Palacio el cuclillo indicador, por ser siempre el primero en adivinar la mata por donde había de saltar un ministro. Nevaba furiosamente, y angustiado Fernandito, daba prisa por marcharse.
El tipo, en fin, era el del habitante antiguo de aquellos lugares, no mezclado para nada con la raza conquistadora. Llamábanle el tío Francisco. Era el modelo de los esposos y de los padres de familia.
Estos dos hermanos tenían á cargo las barcas y fragatas del fuerte como guardianes del puerto, y el Pedro había poco que entendía en la artillería. Llamábanle Capitán porque había ido en corso con una galeota. En saliendo los 300, salió D. Alvaro de la puerta y tornó á llamar los dos hermanos. Entre los que iban con D. Alvaro, había caballeros y Oficiales de más calidad que ellos.
Palabra del Dia
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