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Aborrecí la vida; maldije de ella; pedí la muerte, quise morir, morir, y no para escapar de mis enemigos, sino para libertarme de aquellas pasiones tempestuosas que entenebrecían mi espíritu y batallaban dentro de como legiones de irritados demonios. Pensé con alegría en la muerte.

Me pareció leer, en el fondo de mis ojos, mi destino. Les pedí una expresión de esperanza, y sólo vi negrura. Ahora he perdido hasta la dulzura de la resignación". "19 de julio. "Me ha visto otro médico. Estuvo examinándome durante una hora. Creo que se sorprendió, como el doctor Castro Fernández, de no encontrar vestigios de tuberculosis. Dice que tengo pulmones de roble. ¡Qué exageración!

Queme usted la lengua señor Collazo, a quien le haya dicho que serví yo a la madre patria. Queme usted la lengua a quien le haya dicho que serví de algún modo, o pedí puesto alguno, al partido liberal. Creo señor Collazo, que ha dado a mi tierra, desde que conocí la dulzura de su amor, cuanto hombre puede dar. Creo que he puesto a sus pies muchas veces fortuna y honores.

Sin embargo ... murmuré yo. A pesar de las palabras del médico viejo no me tranquilicé, y, con esta tendencia que se tiene a aumentar el propio mal, le pedí informes de Machín. Machín es un hombre de una voluntad de hierro me dijo el médico . le conocerás. No; no creo haberle visto nunca. Pero habrás oído hablar de él. Poco. Pues Machín es hijo de un caserío de tu abuela.

No, no se lo diré, porque se moriría... felizmente, nada le pedí a Gregoria, nada, pero, aun así, ha sido humillante mi visita... ¿qué no haría yo por salvar a Quilito? ¡y si no se logra tapar la boca al portugués, no le salvaremos, no! ¿Cómo he de estar yo tranquila, si que la honra de nuestro apellido anda en juego? ¡Madre mía, aunque te halles ausente ahora, me oyes, no nos desampares!

Una vez creí haber encontrado esa alma semejante a la mía y le confié mi dicha. ¿Quién podría repetir el encanto de esas horas de embriaguez en que, recostado sobre el seno de Eulalia, respirando su aliento, atento al menor latido de su corazón y en que todas mis facultades se abismaban en una sola de sus miradas? ¡Y, no obstante, me ha engañado! y cuando, al estrecharla en los tristes abrazos de una larga despedida, le pedí el título de esposo, me lo concedió ante el padre de todo amor. ¿Qué derecho me ha arrebatado? ¿por qué me ha reducido a este estado de anonadamiento?

Rezo, es verdad, a Nuestra Señora de los Dolores, porque, así como pedí una recomendación para licenciarme; así como, para obtener mis veinticinco duros, imploré la benevolencia del diputado; igualmente, para sustraerme de la tisis, de las anginas, de la navaja del chulo, de la cáscara de naranja escurridiza donde puede uno resbalar y romperse una pierna y de otros accidentes, necesito tener una protección sobrehumana.

La Biblioteca del Congreso, cuya base principal es la que perteneció al pretendiente Don Cárlos, no tiene de particular sino sus documentos políticos que le son especiales. El bibliotecario me mostró con suma galanteria cuanto le pedí, y tuve la particular curiosidad de hojear y leer las famosas constituciones de 1812 y 1837, autógrafas y firmadas por todos los legisladores respectivos.

Vete a la hacienda, ya verás. Luego que el señor Fernández te conozca te ha de querer mucho, mucho, porque te lo mereces todo. Me das lástima; ¡da lástima que vayas a servir en casa ajena! Yo siempre le pedí a Dios que te librara de eso... pero, ya lo ves, ¡no hay remedio! El dispone otra cosa. Y esto me lo decía impulsándome a salir, y abriendo la puerta.

Pedí que me enviaran á Roma al padre general, y me nombráron para ir á Constantinopla de capellan de la embaxada de Francia.