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Le miré, deposité suavemente el cuerpo de Flavia sobre la hierba, y de pie a su lado, contemplándola, maldije al Cielo por haberme salvado de la espada de Ruperto para hacerme sufrir aquel dolor tan intenso, tan atroz. Había cerrado la noche y me hallaba en la celda que acababa de ser prisión del Rey en el castillo de Zenda.

Algún día podrían ser útiles sus sospechas, pero por lo pronto sólo significaban un grave peligro para el Rey. Maldije a Federly de todo corazón por no haber sabido refrenar la lengua. ¿Y bien? preguntó Flavia. ¿Ha terminado la conferencia? De la manera más satisfactoria contesté. Volvamos atrás; estamos casi en tierras del Duque.

Mueren, y no lo saben. 1 Ahora pues da voces, si habrá quien te responda; y ¿si habrá alguno de los santos a quien mires? 2 Es cierto que al loco la ira lo mata, y al codicioso consume la envidia. 3 Yo he visto al loco que echaba raíces, y en la misma hora maldije su habitación. 6 Porque la iniquidad no sale del polvo, ni el castigo reverdece de la tierra.

La intención del malagueño no podía ocultárseme. Lo que seguiría después de doña Tula y el bendito señor se enterasen de mi intriga podía sospecharlo. Maldije la hora en que había conocido a aquel antipático sujeto, y le deseé de todas veras la muerte.

La doctora maldecía á los italianos pensando en Alemania; yo los maldije pensando en ti, viéndome obligada á seguir á mi amiga, á preparar la fuga en dos horas, por miedo á la indignación del populacho... Mi única satisfacción fué al enterarme de que veníamos á España. La doctora se prometía hacer aquí grandes cosas... Yo pensé que en ningún lugar me era más fácil volver á encontrarte...

Aborrecí la vida; maldije de ella; pedí la muerte, quise morir, morir, y no para escapar de mis enemigos, sino para libertarme de aquellas pasiones tempestuosas que entenebrecían mi espíritu y batallaban dentro de como legiones de irritados demonios. Pensé con alegría en la muerte.

Pero... pero te vi... continuó Artegui . Te vi por casualidad, y por azar también, y sin que de dependiese, estuve a tu lado algún tiempo, respiré tu aliento, y sin querer... sin querer... comprendí que.... No quise confesarme a mismo tu victoria, ni la conocí hasta que te dejé en ajenos brazos.... ¡Oh! ¡Cómo maldije mi necedad en no haberte llevado conmigo entonces!