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Actualizado: 4 de junio de 2025
Tranquilicé a mi Psiquis, y besándola, de su mente aparté las inquietudes y sus zozobras disipé profundas, y convencerla que siguiera pude. Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca llegara! Respondiome: «Ulalume», esta es su tumba, ¡la tumba de tu pálida Ulalume!
Tranquilice usted su conciencia, contestó Tragomer, no venimos á implorar por nosotros mismos. Se trata de un desgraciado por cuya suerte nos interesamos. El magistrado se puso serio. Su cara, á la que daban expresión una barba ya plateada por algunas canas y unos ojos reflexivos, tomó un aire de atención. Escucho á ustedes, dijo.
Me había dicho Timoteo que no había usted venido en dos días, y temía que estuviese indispuesta; pero la he visto esta tarde en las Góngoras a las cuarenta horas y me tranquilicé. ¡Ah! ¿Estuvo usted en las Góngoras? ¿Y por qué no se llegó a saludarme, pícaro? Salía con el padre Iturralde cuando usted entraba, y no podía detenerme porque íbamos de prisa a la conferencia de San Vicente.
Mi padre no quiere que me vaya; mi padre me retiene a pesar mío; tengo que obedecerle. Necesito, pues, vencer por otros medios y no por el de la fuga. Para que Vd. se tranquilice, repetiré que la lucha apenas está empeñada; que Vd. ve las cosas más adelantadas de lo que están. No hay el menor indicio de que Pepita Jiménez me quiera.
Una mañana me acerqué al faro de las Ánimas. Al asomarme a la plataforma vi a uno de los chicos del torrero y le pregunté: ¿Está tu hermana? ¿Quién, Quenoveva? Sí. Aquí está. Bajé, y me encontré a la muchacha, despeinada, con las piernas desnudas, envuelta en una falda hecha jirones. Estaba lavando. Al verme, se levantó avergonzada; yo la tranquilicé y le expliqué a lo que iba.
Lo mejor que podía yo hacer, y eso he hecho, es enviarle a Montilla a que tranquilice y aquiete a su hermano, exigiéndole, como le he exigido, y él cumplirá su promesa, no revelar nunca a su hermano quien le robó y le tuvo prisionero.
He visto ya su palidez y sus temblor cuando comprendió que yo sospechaba su infamia. Si entonces no hubiera temido descubrirle mis proyectos, le hubiera confundido, porque podía hacerlo. Pero en eso caso se hubiera escapado y tú no podrías salvarte. Le tranquilicé, por el contrario, y le dí una falsa pista para conservar mi libertad de acción.
No replicó éste, preocupado y contemplando á la enferma tan de cerca, que sentía su respiración agitada y difícil como si un pequeño volcán existiera entre las sábanas. Creo que, al despertar, despertará con el delirio. Usted debe quedarse aquí hasta ver en qué para esto indicó Bozmediano; yo me marcho. Si me ve, creo que mi presencia no será lo que más la tranquilice.
Sin embargo ... murmuré yo. A pesar de las palabras del médico viejo no me tranquilicé, y, con esta tendencia que se tiene a aumentar el propio mal, le pedí informes de Machín. Machín es un hombre de una voluntad de hierro me dijo el médico . Tú le conocerás. No; no creo haberle visto nunca. Pero habrás oído hablar de él. Poco. Pues Machín es hijo de un caserío de tu abuela.
En fin, dígala usted que se levante de la cama, y que se tranquilice; que irá á su casa, que irá á Pisa, que su familia la perdonará, y que si hay virtud en su corazon, si hay vida en su conciencia, si hay calor en su alma, todavía puede ser feliz. Vaya usted volando; en la inteligencia de que si usted no la dice todo eso, ó si no se lo dice bien, Luisa se muere.
Palabra del Dia
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